Celebramos hoy la Jornada por la Familia. Y con ello celebramos a Dios mismo, porque Dios es familia. No creemos en un dios solitario, soltero y onanista, unipersonal, egoísta, que se encierra en sí mismo. Creemos que, por ser su imagen y semejanza, todo lo que el hombre es remite a lo que es Dios. Así, la familia humana es fiel reflejo, imagen terrena, de aquí, que más se parece, que más se acerca, al misterio y al ser más íntimo de Dios. Si la familia es comunión de amor donde se ama y se engendra; si la familia es diversidad de personas (y de sexos); si en la familia es donde se cría; si en la familia hay quien juega, hay quien trabaja, hay quien cuida; si en familia se goza, se sufre y se muere, es porque así es Dios. Un Dios-comunión-de-amor que genera vida dentro de sí. Un Dios que ama y engendra. Tres personas distintas, pero una única y misma familia. Un Dios que "es Padre, pero que también es Madre" (Juan Pablo I). Un Dios que se difunde, que se desborda, que se sale de sí mismo al crear (criar). Un Dios-hogar, abierto a más hijos adoptivos. Un Dios que juega, que trabaja, que cuida, que goza, que sufre y que muere. Ése es Dios, no el dios frío de los libros de filosofía.

La familia, como Dios, es lo que es, no lo que nosotros quisiéramos hacer de ella. Nosotros no elegimos a nuestra familia. Nacimos, fuimos engendrados o adoptados, educados, queridos y criados (creados) en una familia que ya estaba aquí, previa a nosotros. No somos sus dueños ni sus inventores. Sin embargo, algunos pretenden que la familia sea una cosa distinta de lo que es por naturaleza. Pretenden destruirla, y con ella, cambiar y destruir también a Dios. El Diablo lo sabe muy bien: si se carga la familia, se carga al ser humano, y con ello intenta cargarse al mismo Dios. Y para ello nos ha entregado la ideología de género, que, en palabras de Benedicto XVI, "es la última rebelión de la criatura contra su condición de tal. El hombre moderno con ella pretende liberarse de su cuerpo, y ya sin alma (materialismo), sin cuerpo (ideología de género) y sin Dios (ateísmo) el hombre es una voluntad que se autocrea a sí mismo". Esa voluntad autocreadora es el pecado de soberbia, el de Adán y Eva, el de Satanás. Es creer que se está por encima de Dios, creer que las cosas son como a nosotros nos gustaría que fueran, y que Dios también sea como queremos, sin dejarlo ser como Él es de verdad.

Por eso, dejemos a la familia que sea ella misma, y dejémonos de experimentos: la familia es eterna, porque eterno es el modelo original en el que se basa: el Dios uno y trino, comunión de personas.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.