Pensaba que esta insistencia mía, en hablar de estos espacios del entorno de la Catedral estaban motivados porque en él se erigen monumentos y fortificaciones medievales y que en la actual coyuntura, se merecían una atención más eficaz. Pero ahora descubro el interés que invariablemente despiertan los espacios, de mano de un escritor francés, G. Perec que en su libro "Especies de espacios" afirma que "me gustaría que hubiera lugares estables, inmóviles, intangibles, inmutables, arraigados... Como el desván de mi infancia lleno de recuerdos intactos? Tales lugares no existen, y como no existen, el espacio se vuelve pregunta? El espacio es una duda: continuamente necesito marcarlo, designarlo; nunca es mío, nunca me es dado, tengo que conquistarlo". Pues así es, como lo señala Perec, y sin duda sufro los efectos indicados porque sigo fijo, maquinando las posibles manipulaciones del espacio en este entorno histórico de la ciudad. Es una situación contradictoria porque, por una parte contiene una fijación que pugna por mantenerse fiel a los recuerdos, y por otra parte siente la presión por dar mayor contenido a los usos de estos espacios urbanos, que se van desvaneciendo paulatinamente porque la tensión del crecimiento se ha ido alejando hacia otras zonas de la ciudad. Y lo más penoso es que los cambios que se van haciendo presentes obedecen a criterios extraños que no cuentan con la peculiaridad de un medio zarandeado por siglos de historia y que ha carecido de la fortaleza suficiente para salir adelante en la competencia entre medios y fines, que plantea el desarrollo de la ciudad.

Preparado para convencerme con mis propios ojos del entuerto en que está sumido este entorno, y en pleno verano, me lanzo a explorarlo. Soy un optimista, porque no voy a resolver nada. Solo me compensa el de volver a sentir el contacto con estos espacios añorados. Y de convencerme del grado decreciente de actividad, asignado a sus edificios y espacios. Era un día de calor extremo, y unos turistas, algunos pocos como yo, más que alcanzar los sitios de interés, buscábamos con urgencia un lugar sombrío desde el cual lanzarnos a la exploración de cada uno de los parajes que merecían nuestra atención. Lo más aconsejable fue meternos en el edificio del Consejo Consultivo, que prometía estar fresco, y de paso sentir el pulso de la vida de la institución. Pero aparte de la apreciación sobre la marcha de la cara externa de la cristalina joya no hubo margen ni asiento para contemplaciones metafísicas por lo que nos vimos expulsados de nuevo a los rigores de la ardiente explanada. Del pulso de su actividad no nos llegó señal alguna a lo largo de su recorrido, así que es una entidad, que de puertas afuera no se percibe más rumor que el que pueda trasmitir un convento de monjas de rigurosa clausura.

Nos veíamos otra vez bajo el ardiente sol y contemplábamos las idas y venidas de los turistas por la explanada, dudando por encontrar la mejor opción para avanzar en su exploración, y parecía que estaban trazando en el suelo los recorridos en el plano de una ciudad imaginaria , tal como había leído en algún ensayo de sociología urbana que admitía que había espacios especiales en zonas marginales, que se forman a partir de su "pasaje", es decir pisando una y otra vez sobre ellos de forma aleatoria. Y que estos espacios se acompañaban de "paisajes" compuestos de objetos inanimados, desprovistos de función humana alguna, y próximos a los de una naturaleza mineral. Será por la acción deslumbradora de la explanada, pero vi clara la relación entre los recorridos fortuitos de los turistas y la falta de alguna actividad perceptible que estábamos contemplando en que las edificaciones aparecen pasivas condenadas a un papel de mero acompañamiento paisajístico. Por contraste, cuando hay espacios que se caracterizan por su intensa calidad urbana coincide con una intensificación de los usos del "pasaje" que soportan. Teníamos el ejemplo de la antigua avenida que saqué a colación en un artículo sobre la importancia que tenía el paseo cotidiano en dicho paseo que toda la gente joven practicábamos hacia mediados del pasado siglo, sujeto a recorridos determinados, en el que parecía reafirmarse dicho espacio en su condición urbana. Ese espacio venía a representar lo más acertado que ha tenido esta ciudad en la conformación de su espacio público. La Plaza Mayor de Salamanca es otro ejemplo de calidad urbana, pues su paseo sometido a recorridos circulares con reglas concretas sobre el sentido de recorrido hace que el carrusel funcione correctamente. Hasta parece que las pisadas, van pregonando ¡esta es nuestra ciudad!

Si comparamos la situación actual del entorno de nuestros pesares con lo que conocimos y vivimos en nuestra juventud, se ve el contraste por la pérdida de tono de las actividad que han ido sufriendo estos espacios. Nunca ha sido un tema preferente en la política municipal el de estimular el desarrollo de este entorno. Nunca ha llegado a disponer de un Plan Especial que abordase su compleja realidad. Y el Ayuntamiento se ha creído que con un edificio espectacular, el del Consejo, y que por "su cara bonita" pudiese servir de compensación ante tal presente desafortunado.

Y pasando a otro elemento del "paisaje". Que un visitante llegue al parque, después de hacer el recorrido por toda la ciudad, y se encuentre con unos jardines que tal vez desempeñen la tarea de puesta de escena ante la fortaleza, pero nunca como abrigo y protección del viandante con unos árboles escuálidos impropios como refugio y solaz.

Este parque tuvo un pasado, no es que fuese muy brillante, porque su vegetación ya acusaba la falta de riego que el Ayuntamiento lo escatimaba, pero allí jugábamos los alumnos del colegio San Lucas, y coincidíamos con los canónigos ensimismados en sus breviarios y con los curas vascos desterrados, y bajábamos al foso a fumar y hacer cochinadas, o nos escapábamos por el portillo de la Traición a encender hogueras, y lanzar con las hondas a las tribus que bajaban de San Lázaro. En el castillo había una escuela de Artes y Oficios, esos estudiantes no tenían recreo, así que estaban siempre trabajando y solo los veíamos cuando ruidosos salían al final de la jornada. En una clase tenían una camioneta de veras, no de juguete, que decían que la estaban construyendo, ¡menudo juguete! Cuando volví por allí años después allí seguía la camioneta sin acabar. Era una gloria ver tantos chicos, a la salida de aquella escuela. Yo le preguntaba a don Pablo, pero ¿por qué no ponen un tejado como Dios manda a esta escuela y no esta m... de uralita? A ver si el Ministerio los cambia de una vez, me contestaba el profesor. Pero lo que hicieron fue cerrar la escuela.

Alrededor del Parque, hay que reconocer que había una serie de tapias, que lo cercaban en parte. Pero con el dicho de que con la Iglesia habíamos topado y aquí era realidad, porque detrás estaban las huertas de las monjas que se merecían todo respeto. Toda esta situación cambió, porque las monjas cerraron el convento y desde entonces el Obispado no ha parado de vender fincas, cuyo destino es el que viene marcado a fuego en esta ciudad: más suelo que la ciudad se arregla con más viviendas.

Esta actuación por parte del Obispado ha condicionado de forma radical la suerte del entorno: ya no será posible actuación alguna de carácter público, que permitiese cambiar el cariz de unos Planes, que primordialmente tenían un objetivo, el de hacer especulable todo el suelo de la ciudad, hasta llegar al mismo pie de los monumentos. Adiós al sueño, por convertir esta zona en el salón de acogida para los visitantes que llegasen a nuestra ciudad, y de situar instituciones públicas, con arquitecturas pensadas a la medida de su jerarquía social, y de la cultura. Los responsables de turismo, tendrán que ir en busca de otros espacios pensados más para el disfrute y alivio de del esforzado visitante. Y otro apartado que habrá que contemplar es el de buscar acomodo para el comprometido museo de Baltasar Lobo, hoy día alojado de forma provisional en una antigua panera, dependencia antigua de la Catedral, y propiedad de un particular.

Otra víctima a que ha dado lugar la falta de un Plan Especial. Es la suerte que ha corrido la transformación del Castillo, que en un principio se pensaba que iba a acoger el Museo de Lobo, y que en la actualidad, exhibe la investigación arqueológica subyacente del propio Castillo. En definitiva, es un paso más en la conversión de unos restos de Castillo, al que se ha desdibujado de su uso inicial, de forma que ha quedado reducido a su condición de mero paisaje. Eso sí, es un sitio cuyos recorridos han dejado de ser aleatorios, pues ellos se han convertido en el motivo principal de su reciente diseño.

Si añadimos a este edificio el del nuevo Consejo Consultivo, que se recubre de una envoltura pétrea de nulo significado, y con ello pretende darse ese aire de intemporalidad propia del monumento, y que marca el carácter hermético de este órgano del Estado , alardea de una función que se ejerce a espaldas y en conciliábulo secreto de los ciudadanos, ello completa el "paisaje" que marca la índole de estos espacios.

En consonancia con los edificios, el parque muestra la exigua naturaleza que los mantiene, y carece del contrapeso suficiente para amortiguar la dureza de un "paisaje" tan falto de vida.

Y las viviendas previstas que van a cerrar la manzana frente a la Catedral tampoco van a tener el suficiente poder como para recuperar la calidad de vida que algún día tuvieron estos espacios. Era escasa, pero estaba abierta a un futuro mejor.