Recibo con hondo pesar la noticia del fallecimiento de Luis Cabreros Castrillo. Abogado benaventano de larga trayectoria profesional. Colegiado de Honor del Colegio de Abogados de Zamora. Abogado brillante, gran orador forense, y sobre todo un hombre honrado.

Luis perteneció a una clase de abogados de raza, que deseo firmemente que no desaparezca con él y con su generación. Ejerció el compañerismo de la forma más leal en que puede hacerse, y se comportó siempre con sus rivales, pero también colegas, como el caballero que era, de esa forma que contemporiza el interés del cliente con la relación amistosa con el compañero y puntual adversario. Jamás llevó Luis la contienda fuera de las lindes del pleito.

Recuerdo sus informes en estrados: su sonora y radiofónica voz, el énfasis en lo importante, la destilación de su ciencia forense. Luis derramaba ciencia jurídica como si hubiera nacido con ella, y hasta el mas aburrido de los asuntos legales, informado por él, se convertía en un relato interesante.

Era una abogado "de provincias", caro, y a gala lo llevaba, pero le he visto tumbar por KO a más de un emperifollado abogado del Foro, vestido a la última, de esos que nos visitan de vez en cuando en ese plan de "voy a enseñar Derecho a estos de la Raya de Portugal".

Recuerdo, a su jubilación, como sus compañeros de Benavente y algunos otros de la provincia, intentamos organizarle un merecido homenaje, operación que abortó en cuanto tuvo noticia de la iniciativa, con una de sus frases lapidarias: "Los oropeles no son para mí".

Pues bien, Luis, ahora no vas a poder prohibirme que te rinda mi homenaje desde estas líneas: has sido un referente para generaciones de compañeros, y muchos de nosotros, no solo los benaventanos, nos hemos sentido profundamente honrados con tu amistad. Y con tu ayuda: recordaré siempre como, en mis comienzos en la profesión, allá por los primeros 80, atendías mis dudas con prontitud y de inmediato, sin tener que estudiar o repasar el asunto, con esa seguridad que produce conocer el Derecho íntimamente. Lo tuyo era ojo clínico, consultar contigo era arrojar luz sobre las tinieblas del asunto.

Tu bonhomía llegaba a todos los rincones. Hombre progresista, que nunca ocultaste tus ideas (lo que te ocasionó más de un problema con los que miden solo por el ideario), ejercías de tal incluso en tu profesión. Si existe eso del Juicio Final, para demostrar que eres de los buenos no hará falta otra prueba que la documental del expediente de tu vida. Pero si necesitas testigos, me puedes proponer, lo soy de cómo perdonaste más de una minuta a clientes en apuros, o de cómo defendiste a necesitados de tu ciencia sin contraprestación alguna, de cómo fuiste, en suma, un gran abogado, pero sobre todo un hombre bueno.

Luis, seguirás siendo un referente para tus compañeros desde ese lugar donde residen los justos, en el que estás ahora, seguro.

José Nafría Ramos (abogado)