Lo primero y fundamental es la condena unánime que ha merecido la agresión por parte de un menor a Rajoy cuando el candidato hacía campaña en Pontevedra, su tierra natal. Violencia no, de ninguna manera; tolerancia cero. Y en unas jornadas electorales tan tensas como las que se están viviendo no debería descuidarse la seguridad, por mucho que haya que acercarse a la gente para pedir el voto.

Después, que parece que por fin el PP ha asumido la aceptación de la realidad dado que Rajoy ya ha expresado en público que su partido, si los resultados previstos se confirman, tendrá que pactar con Ciudadanos, siempre que se acepten sus condiciones y para toda la legislatura. Ha sido la inmediata consecuencia del polémico debate televisivo del lunes en la que Pedro Sánchez, el candidato del PSOE casi gana por KO técnico al aspirante popular, tras acorralarle con la corrupción, los incumplimientos, la desigualdad social y la escasa fiabilidad de sus cifras, datos y proyectos.

Rajoy ha quedado muy tocado tras el careo en el que asegura haberse sentido insultado en lo más íntimo, en su honorabilidad, por el líder socialista. Por su parte, Sánchez se mantiene en sus trece al asegurar que solo dijo al presidente del Gobierno lo que mucha gente piensa. Lo cierto es que el debate ha originado un clima de derrota en el PP, aunque luego resulte el partido más votado. Derrota sería perder de 50 a 60 escaños y quedar a merced de un pacto con el renuente partido de centro o de alianzas ajenas entre el centrismo y la izquierda. Su aceptación a un acuerdo con Ciudadanos no es más que eso, una aceptación de la debacle que se espera.

Porque Rivera insiste en que su partido no apoyará a nadie, ni a Rajoy ni a Sánchez, y que él solo formará parte de un Gobierno si es presidente, pues de otro modo el partido centrista quedará en la oposición. O sea, que muy difícil lo va a tener el PP a la hora de negociar por muchas concesiones que se preste a hacer. Otra cosa es que Ciudadanos quede en segundo lugar, pues ello le podría permitir aspirar a formar Gobierno si el PP no cuenta con apoyo en la investidura. En ese caso, un centroizquierda con el PSOE y la ayuda puntual de Podemos convertiría a Rivera en presidente del Ejecutivo. Otra posibilidad con la que se especula, pero mucho menos creíble, es que los socialistas, si siguen a los populares en número de votos, cediesen la presidencia a Rivera para gobernar en coalición, con Iglesias como puntal, y desalojar a Rajoy del cargo. El drama del PP es que no tiene a nadie que le pueda echar una mano, por lo que solo cuenta con el recurso supremo y único de Ciudadanos.

Son las consecuencias de la no existencia de una mayoría absoluta, a la que ningún partido se acerca ni de lejos, y que conducirán a alianzas, naturales o extrañas, que harán realidad el fin del bipartidismo y el comienzo del cambio a través de una legislatura de dudosa duración. O eso, o si no hay investidura ya se sabe: nuevas elecciones generales en un par de meses.