Lo siento, amigos, pero ya no me lo creo. No me creo la vieja canción de que toda renovación tecnológica crea tantos puestos de trabajo como los que destruye; no me creo que si la robotización y la automatización van a destruir mucho empleo también se va a crear otro tanto, o más, en otros sectores aledaños.

Ya no me creo esas cosas, más que nada porque me han acostumbrado a dudar de los mantras del optimismo. La frase "tranquilos, que todo va bien" me empieza a sonar a cuento de miedo.

No puede ir todo bien cuando se ha desvinculado, y se sigue desvinculando, el esfuerzo del resultado. No pueden ir bien las cosas cuando la Universidad, por ejemplo, ha dejado de ejercer su función de ascensor social y cada día más estudiantes tienen que emigrar o trabajar en puestos que nada tiene que ver con su formación. El mercado va por otro lado, nos dicen, pero no detallan por cuál. Voy a intentarlo yo:

En un antiguo estudio de arquitectura había un arquitecto principal, seis o siete arquitectos secundarios y al menos veinte delineantes, de esos a los que ahora llaman arquitectos técnicos. En ese mismo estudio, a día de hoy, hay un arquitecto principal, dos secundarios, y veinte currelas de ochocientos euros, algunos sin titulación o con cualquier diploma de colorines obtenido en una academia privada, manejado el Autocad, el programa con el que hoy se trazan todos los planos. ¿Y saben por qué? Porque para aprender a manejar un programa creado para dar todas las facilidades no hace falta una carrera, sino una persona con capacidad para hacer siempre lo mismo sin plantearse muchas preguntas ni tener opiniones propias. Lo demás, ya lo hace el programa.

¿Y en un bufete de abogados? Pues lo mismo más o menos. Los antiguos pasantes o abogados en prácticas han desaparecido, porque para consultar las sentencias en una base de datos automatizada es mejor tener a un auxiliar administrativo que no pueda adquirir experiencia para luego competir contigo. Para teclear palabras en un buscador y filtrar los resultados según una serie de criterios no hacen falta cinco años de carrera: aprende cualquiera en un par de semanas, y cobra lo que le ofrezcas.

La lista es enorme, casi infinita, y se agranda cada día: periodistas, escritores, traductores y hasta médicos. Las nuevas oleadas tecnológicas se llevan por delante el trabajo sin que a nadie se le ocurra una alternativa viable. La actual caída de los salarios no es un fenómeno temporal que se aliviará cuando la crisis vaya aflojando: ha llegado para quedarse porque el factor trabajo añade cada día menos valor, sustituido por el factor tecnología.

Nos señalan como ejemplo de optimismo lo que pasó con la agricultura cuando aparecieron los tractores. Nos dicen que los agricultores no se extinguieron: simplemente se fueron a la ciudad a trabajar en la industria. Se reformaron, insisten. Se reconvirtieron. ¿Pero saben qué? Que creerse esas frases es pensar en el personaje equivocado. Porque al aparecer los tractores, los labradores se reconvirtieron, pero el burro se extinguió. Y nosotros, a día de hoy, no somos el labrador: somos el burro.

Así que ojo: no nos comparemos con quien no nos corresponde.