De tarde en tarde llegan noticias sobre la peligrosidad de ciertos alimentos. Suelen ser estudios elaborados en universidades lejanas por científicos con nombres impronunciables lo que, por alguna extraña razón, los hacen más fiables que si estuviesen firmados por López o García en la vecina Salamanca.

De nada vale la propia experiencia. No importa que, durante siglos, hayan formado parte de nuestra alimentación.

Ahora le toca a la carne roja procesada. La OMS acaba de incluirla en un listado de factores peligrosos para la salud junto al aire contaminado, el tabaco, el alcohol, el plutonio y el amianto. "Probablemente, provoque cáncer", dice.

No sé qué pensar, la verdad. Aún recuerdo aquel informe, también avalado por expertos, alertándonos sobre el consumo del aceite de oliva, o los referidos al pescado azul y tantos otros.

Es como si, para la tal organización, las conductas saludables se redujesen a comer alcachofas y a correr por el asfalto los fines de semana.

Estoy desconcertado. Día habrá en que alguien llegue del otro lado del Atlántico, obedeciendo a intereses ocultos de no sé qué multinacional, para prevenirnos del riesgo que supone practicar sexo fuera del horario programado o en lugares distintos a los barracones preparados al efecto. ¿Por qué no?

Y es que,? ya son muchos los cuentos que nos han contado.

Recuerdo el de las "vacas locas". Durante un tiempo no se habló de otra cosa en los caminos del Reino. También provocó alarma, sin embargo, pocos saben qué pasó.

Todo empieza cuando el pequeño poeta se enamora de la mujer.

La mujer de la que se enamoró el pequeño poeta era tan divina como demoníaca, tan maternal como extraña, tan exquisita como vulgar, tan prudente como alocada, tan deliciosa como irritante.

Su complejidad era evidente pero el pequeño poeta no se arredró ante tamaña contradicción y, resuelto a conquistarla, abrió su maleta. Al punto, miles de palabras se desparramaron por el suelo.

Entre todas, después de mucho rebuscar, se quedó con cuatro: "deseo", "ternura", "complicidad" y "respeto". Con determinación las metió en su mochila. Eran las más bellas. Con ellas treparía hasta los oídos de la amada y allí recitaría su mejor canción.

Comenzó la fascinante escalada por el tobillo, dobló la curvatura suave de la rodilla y, siempre hacia arriba, siguió por aquellos muslos interminables que parecían no tener fin. Alcanzó su cintura y, al punto, la resplandeciente meseta del vientre. Allí, en el arco de su cadera desnuda, se detuvo un instante por endulzar su aliento.

Fue en los pechos de la mujer, cerca ya de la cumbre, donde tuvo que emplearse a fondo para salvar el vértigo de los escarpados riscos. Cuando, por fin, llegó al pabellón auditivo y se dispuso a recitar su mejor poema, pero por más que lo intentó, no pudo. Un ligero silbido fue lo único que salió de su garganta? ¡Había perdido todas las palabras durante la ascensión!

La mujer, al sentir el cosquilleo se rascó la oreja y el pequeño poeta, desprevenido como estaba, se despeñó. Cayó al vacío y rodó hasta llegar al tronco de una lechuga contra la que se estrelló y en la que quedó inconsciente. Justo en aquel momento, entró en el huerto una vaca. De una dentellada la arrancó de cuajo y se la comió.

La vaca, a partir de entonces, comenzó a tener comportamientos anormales y fue cuando surgió la tontería aquella de que se había vuelto loca.

Lo que en realidad sucedió es que no soportaba haberse comido a un poeta que había quedado sin palabras. Por eso mugía con angustia y vagaba dando tumbos por los valles, solitaria y siempre lejos de su vacada?