Cuando se aproximan las elecciones, y más si son generales, se advierten con mayor claridad los inconvenientes o fallos de nuestra democracia. Después de unos treinta años del sistema que nos hemos dado, nos vamos enterando de los fallos de este sistema -al menos tal y como lo llevamos nosotros-. Se advierte el grave error que nuestros legisladores cometieron en algunas cosas. Nuestra democracia, a la que deben reconocerse innegables aciertos, presenta, también, apreciables errores. Se ha "abierto la mano" saludablemente; pero tal apertura hace "escaparse de la mano" algunos acontecimientos que desdoran, quiérase o no, nuestra democracia. Es en estos días tan palpable y manifiesto un acontecimiento que ha suscitado unas polémicas por completo generales. Tiene que ver el acontecimiento con la existencia de los llamados "chaqueteros".

Creo que no es necesaria una explicación de la denominación aplicada a los señores o señoras (por una vez hago uso de esta distinción, que no me agrada, entre varones y hembras), que vienen militando en un partido -y acaso, como el suceso más sonado en estos días, de una manera muy significativa, en ataque a otro partido- para, de repente, pasar al partido tan vituperado o a otro cualquiera. Esto me recuerda aquella anécdota del señor que había sido concejal en varios partidos y, una vez más, se convirtió en concejal de un nuevo partido. Con laudable y valiente intervención, un amigo le dijo: "Yo no te entiendo: cambias de partido con cada estación del año. Has sido concejal en varios partidos. No entiendo tu ideología". El tránsfuga respondió rápido: "Es muy fácil de entender: mi objetivo es ser concejal y esa es mi ideología". Habiendo visto a un señor Vestringe, que comenzó en Alianza Popular, partido de derechas bastante radical, y terminó en una izquierda, también radical, se entiende perfectamente al "chaquetero" de la anécdota, y a quien pasa del naranja al rosa, que, por su parte, ahora parece de subido colorido, al menos en posibles alianzas.

Pero estos casos y otros parecidos solo son posibles porque los partidos se prestan a estos chanchullos, más aún en los sucesos actuales. Escandalizados por el fenómeno, algunos partidos han pactado soluciones "antitránsfugas". De llevarse a cabo rigurosamente el pacto, desde aquella fecha no se admitiría de manera tan fácil y notoria ese comportamiento tan voluble. Serían rechazados hasta los militantes de base. Pero algún partido, muy importante en el pacto "antitransfuguismo", no solo admite al procedente de otro partido, tampoco insignificante, sino que admite a una persona y la presenta como aspirante a parlamentario del Legislativo Nacional, posponiendo a veteranos del partido.

Ante esto y la proliferación de partidos inconsistentes y minoritarios, no es extraño que se considere menos malo el bipartidismo existente en los gobiernos democráticos pasados. Y hasta que nos convirtamos en "chaqueteros" -aunque en sentido bastante diferente- quienes fuimos muy críticos con aquel general que no admitía más que un partido, que, incluso, era obligatorio -en alguno de sus postulados- para los que fuimos funcionarios y, en virtud de ello, muchos toleraron ser fieles a todos los principios fundamentales del Movimiento.

Con el tiempo vivido en esta democracia jalonada por los hechos comentados y otros que deberían estar desterrados, más de una vez tenemos que dar la razón al proceder de lo que nos dolía y ahora se rechaza con desprecio. Este desprecio se manifiesta en la anulación del nombre de muchas calles, en la eliminación o traslado de estatuas, erigidas, incluso, por suscripción popular, y sobre todo en la expresión despectiva de la misma palabra "franquismo". A muchos, aunque pueda parecer proceder de "chaqueteros", nos parece improcedente la eliminación de una época que pertenece a la Historia. En la larga Historia de España, que hemos estudiado con gusto -por ser la de la patria-, hay épocas que nos parecen poco positivas y que, sin embargo, ahí estarán para enseñanza de las futuras generaciones de españoles.