Con dos horas de antelación, nada menos, empezaba Antena 3 a preparar el debate entre tres candidatos, los del PSOE, Ciudadanos y Podemos, mas una: la sustituta de Rajoy, su número dos, que nadie sabía muy bien que iba a hacer allí salvo servir de pararrayos al líder del PP que contemplaba el programa por televisión, y al que irónicamente saludó Pablo Iglesias al comienzo del debate, apuntándose ya el primer tanto. Por lo demás, el plató lleno de seguidores de los partidos en liza, y mesas de invitados con los habituales comentaristas y tertulianos de todos los signos políticos. Un auténtico circo.

Afortunadamente, cuando el programa se inició ante las cámaras solo quedaron los aspirantes a la presidencia del Gobierno de la nación y los dos presentadores, Vicente Vallés y Ana Pastor, que lo hicieron bien, pero mejor él, con más sereno criterio periodístico. Lástima que entre los temas tratados se olvidase uno tan importante como la sanidad pública, objeto principal de toda clase de recortes en la legislatura. Por lo demás, lo esperado: la economía, el paro, la reforma laboral, la subida de impuestos, las pensiones, la reforma de la Constitución, la educación, los posibles pactos poselectorales, y el asunto estrella: la corrupción, que tan mal rato hizo pasar a Sáez de Santamaría y al socialista Sánchez, pues Iglesias y Rivera machacaron sin piedad, sacando a relucir todos los más recientes e importantes escándalos, desde Bárcenas a los ERE de Andalucía. Aún así resultó un debate más aburrido que decisivo.

A la representante del PP, que se había defendido como mejor pudo a base de los conocidos argumentos de Rajoy: que si la economía, que si los puestos de trabajo creados, que si rebajará ahora la carga fiscal si sigue gobernando, y demás tópicos electorales, se le puso cara de póquer con los corruptos, sin apenas defensa a la que recurrir y con ansias evidentes de que pasase la tormenta como parecía traslucirse de su constante manoteo. Su frase principal en toda la noche fue, luego, que tenía que gobernar el partido más votado, en la seguridad de que será el PP. Aunque sea, que va a ser, por poca diferencia.

En cuanto a Pedro Sánchez, volvió a decepcionar, sin recursos apenas y retrocediendo al currículo socialista como argumento principal de voto. Atacó a todos por igual, y se mostró nervioso en la defensa de su programa y en otros temas, esforzándose en mostrar una seguridad que no tenía. Da la impresión de que puede perder el cara a cara con Rajoy, que ya es decir. No acabó de convencer Albert Rivera, más brillante y seguro pero carente de garra e indeciso en los momentos decisivos, queriendo mantener su equidistancia y ambigüedad respecto a futuros pactos de gobierno. Mucho mejor, y sobre todo mucho más cercano a la gente y a sus problemas y preocupaciones, Pablo Iglesias que mantuvo claramente las bases de su proyecto electoral, tan nuevo y diferente, insistiendo en la necesidad del cambio, utilizando las razones de la calle, y conectando con una gran mayoría de los muchos espectadores del espacio televisado. Fue el ganador indiscutible de la noche, como demuestran la mayor parte de las encuestas aparecidas.