El jueves pasado coincidí en una cafetería de la capital con un conocido personaje de la ciudad que en otros tiempos aspiró a ocupar un lugar privilegiado en la política nacional. Los minutos transcurrieron hablando de lo que puede suceder en las elecciones del 20 de diciembre: si, como auguran las encuestas, el Partido Popular y el PSOE volverán a repartirse los tres diputados como hasta ahora, es decir, dos para los populares y uno para los socialistas, o si, como piensan algunos, Ciudadanos, Podemos o Izquierda Unida consiguen finalmente arrebatar alguno de los tres diputados que corresponden a esta provincia. Lo que más le interesaba a mi amigo era, sin embargo, conocer cómo se pueden ganar las elecciones en Zamora.

Le dije que el asunto era casi tan difícil como acertar una Bonoloto, la primitiva, el cupón de los ciegos o la quiniela de los domingos. La política y el fútbol, por ejemplo, coinciden en muchas cosas. Cuando arranca la liga, prácticamente todo el mundo habla de los equipos que pueden ser campeones. Lo mismo que cuando se acercan las elecciones generales: en Zamora, la gente tiene la impresión de que el Partido Popular va a ser el ganador. Porque aquí ha mandado históricamente el PP, como en la liga de fútbol mandan dos equipos (Real Madrid y Barcelona), aunque a veces se cuele alguno más, como el Atlético de Madrid, el mío. ¿Y cómo se gana una liga? Los expertos dicen que al menos se necesitan cinco ingredientes básicos: un buen equipo, una magnífica afición, una directiva competente, un elevado presupuesto y también algunas dosis de buena suerte. Pero sabemos que muchas veces los equipos que reúnen esos ingredientes o la mayoría de ellos no ganan el campeonato y quedan en segundo lugar o incluso descienden a los infiernos.

Con la política ocurre casi lo mismo que con el fútbol. Para ganar las elecciones se necesitarían al menos cuatro ingredientes: que el equipo electoral sea el mejor, el más capaz, el más competente y sobre todo el más creíble; que los votantes (la afición en el fútbol) se sientan identificados con las propuestas de los programas electorales y encajen con las aspiraciones y los valores de quienes tienen en sus manos la difícil tarea de elegir entre unas u otras opciones; que los dirigentes de los partidos políticos sean también los más capaces y competentes y arropen a sus candidatos con valentía hasta el final de la competición, y que los partidos políticos dispongan de los recursos humanos, económicos y técnicos mínimos para poder vender, difundir y transmitir los mensajes electorales a través de todos los soportes: vallas, periódicos, televisión, redes sociales, etc. La suerte en política sería, sin embargo, mucho menos importante que en el fútbol, aunque algunos piensen lo contrario.

En fin, de estas cosas hablé el jueves pasado con un conocido personaje de la ciudad mientras tomábamos un café en una cafetería de la capital. Creo que lo defraudé, aunque tengo la impresión de que al menos se fue pensando.