La prostitución, la pederastia, el proxenetismo, la violencia machista, la explotación infantil, la explotación laboral, todo lo que denigra al ser humano es infame. Mecanismos hay para acabar con todo ello, desde la política, a veces tan progresista y por lo tanto tan permisiva, y también desde la sociedad responsable. No podemos dejarle todo a los otros, también nosotros tenemos parte de culpa, también nuestra indiferencia, nuestro pasotismo nos hacen culpables de situaciones que bien podrían evitarse.

La Policía ha llevado a cabo una redada en cuatro prostíbulos de Murcia controlados por una red que ofrecía a los clientes mujeres lactantes y menores de edad. ¿Se puede encontrar mayor abyección? Esta sociedad, o por lo menos algunos de sus miembros, está enferma, corre peligro de putrefacción colectiva. Y lo grave es que esos comportamientos se multiplican y afectan a los más jóvenes que ven como normales ciertos comportamientos abyectos.

Es como cuando la diversión consiste en quemar vivos a los indigentes. Hasta ahora los victimarios han sido jóvenes que no tenían nada mejor que hacer que emplearse a fondo con los parias que la crisis y la vida van dejando por doquier. No hay que estigmatizar a todos los jóvenes, por supuesto, hay gente joven digna de encomio y son la mayoría, pero hay que apartar a los que están enfermos de odio, de sectarismo, de intolerancia y de fanatismo. Estoy convencida de que en el interior de cada quien malvive un animal que a veces despierta para mostrar su cara menos complaciente.

¿Cómo es posible que sean personas los miembros de una red de prostitución que ofrece como mercancía para clientes disolutos a mujeres recién paridas? No hace falta explicar con todo lujo de detalles el juego que esos seres depravados pueden traerse con ellas. Y, además, en sus orgías, individuales y colectivas, se les ofrecen menores de edad. Críos y crías a los que se les está robando lo mejor que tienen: su inocencia. Dudo mucho que las lactantes y los menores actúen en esos lupanares por gusto. Son parte de la enorme familia de esclavos del siglo XXI. Solo que ahora no trabajan en plantaciones donde también los señores hacían a las mujeres esclavas del sexo. Ahora lo hacen en putiferios de todo tipo y condición.

La Ley no puede ser permisiva con los proxenetas, tiene que actuar con dureza, acabando de una vez por todas con semejante ralea. De qué sirve que la Policía haya detenido a doce individuos de la peor calaña si el juez los va a poner en la calle en menos que canta un gallo, para que sigan haciendo lo que mejor saben, ejercer el proxenetismo. Y ya no les bastan mujeres de todas las edades pero preferentemente jóvenes. A semejante oferta se añaden ahora lactantes y menores. Y dentro de nada serán bebés de cuna el plato fuerte de semejante carga. Y la sociedad callada y a gusto subida en semejante burra. Una burra que nos lleva lentamente hacia la autodestrucción.