Antes de celebrarse el debate de anteanoche, promovido por el primer periódico nacional, Rajoy ya lo había ganado al negarse a asistir. Cuando las guerras se dirimían en batallas a campo abierto, y no machacando la retaguardia civil, los generales elegían con tanto cuidado el campo de batalla que se podían pasar semanas moviendo un enorme ejército, retirándolo las veces que hiciera falta, hasta encontrar el campo que les parecía más favorable. Rajoy no vio ventaja alguna en el terreno que le ponían delante, y se marchó a otra parte. En ese momento el todavía llamado "líder de la oposición" debería haber hecho lo mismo, alegando que sin Rajoy no habría batalla. No hacerlo fue un error estratégico colosal, más importante todavía que el resultado mismo del debate, pues de una salida de pista al comenzar la carrera solo se recupera uno si tiene mucho motor y astucia para adelantar.