No hace falta colocarle apellido, ya que La Avenida, en Zamora, solo puede ser una: la que va de La Farola al instituto Claudio Moyano. Una de las zonas de la ciudad que ha pasado por más transformaciones, ya que de una vía abierta al tráfico pasó a ser un espacio peatonal y de una finca de propiedad privada a un espacio de uso público. Si hubiera que puntuar su evolución, en su conjunto, no se llevaría una mala calificación en lo que a la conquista de espacios peatonales se refiere. Aunque sus modificaciones urbanísticas hayan sido hechas con no demasiado atino, podría decirse que el uso que se sigue haciendo de esta zona de la ciudad no viene a diferenciarse mucho del que se le dio antaño, cuando era el lugar preferido para pasear en el buen tiempo en detrimento de Santa Clara, más solicitada durante los gélidos días de invierno.

Caminando desde La Farola hacia el instituto, por su acera derecha, llegó a existir una tapia, construida de obra de fábrica, con columnas intercaladas cada tres o cuatro metros. Era la línea que marcaba el límite con la finca de los Ramos, cuya mansión, en forma de castillo, presidía una inmensa parcela. Aquella tapia tenía las dimensiones justas para que los adolescentes de determinada época pudieran auparse y asentar sobre ella sus posaderas.

Desde allí se hacían mil preguntas mientras veían pasear a las chicas, en aquellos años en los que el amor era, ni más ni menos, que la poesía de los sentidos. También le llegaba el ruido del tren, cuando procedente de Salamanca se disponía a perforar la tierra enfilando el túnel que existía frente al añorado Cine Barrueco. La zona correspondiente a la acera izquierda se encontraba jalonada con un buen número de palacetes, casi todos desaparecidos, de los que aún se conserva una mínima, aunque singular muestra, que le daban a este paseo un especial empaque. Aquellos edificios llegaron a conservarse hasta los años sesenta del siglo pasado, en los que su futuro comenzó a verse comprometido coincidiendo con la construcción del edificio de Iberduero (hoy Iberdrola), que es el que hace esquina con la calle de la Amargura.

En el templete que, afortunadamente, aún se conserva, durante los atardeceres del verano se ofrecían conciertos interpretados por la banda de música del Regimiento de Toledo, cuyo cuartel se encontraba unos metros más arriba, en lo que hoy son las escuelas técnicas universitarias. A su alrededor, el bar Jardín desplegaba una acogedora terraza que propiciaba que los padres pudieran tomar un refresco mientras los niños se perdían en una proximidad controlada que, a buen seguro, a ellos se les antojaba lejana.

La emisora EAJ-72 Radio Zamora -de la SER- ocupaba los bajos del hermoso edificio que aún puede disfrutarse al comienzo de la Avenida, haciendo esquina con las calles Alfonso IX y Príncipe de Asturias. Gracias a la emisora -era la única que existió en Zamora durante muchos años- se tenía la oportunidad de escuchar música de actualidad, con o sin dedicatoria, que de otra forma hubiera resultado harto difícil, pues disponer de un tocadiscos en determinada época no se encontraba al alcance de cualquiera. Por Radio Zamora pasaron grandes profesionales de la comunicación como Charito Borrego, Miguel Gila, y el entrañable Vicente Planells, locutor todoterreno que se empeñaba en pronunciar el nombre de los actores americanos como a él le parecía oportuno y que no tenía que ver demasiado con el inglés. Los domingos radiaban un programa de fútbol presentado por Tim, que siempre comenzaba diciendo: "Hoy es día de puro, de fútbol y de realidades", sin que los oyentes llegaran a entender quería decir con aquello de "realidades".

Coincidiendo con la construcción del parque de la Marina, el Ayuntamiento tuvo la feliz idea de incorporar una cafetería-restaurante conocida como el Sancho que el paso de los años ha demostrado que fue un acierto, pues al servicio que ha venido prestando a los zamoranos hay que añadir que se ha consolidado como un lugar de referencia. Uno más a sumar a los de La Farola, La Avenida y tantos otros, que forman parte de la Zamora más entrañable.

Aunque la urbanización de esta zona de la ciudad no haya sido precisamente para enmarcar, no hay que sentirse afligido por ello, como tampoco caer en el escepticismo, porque la vida se renueva cada día y no consiste solo en gozar de buenas oportunidades, sino en saber aprovechar las que se disponen en cada momento. Y ahora nos encontramos en otro momento.