Hay que tener más morro que espalda para hacer lo que ha hecho Rajoy en el adelanto, en Valencia, del programa electoral del PP. Venir ahora de nuevo con las mismas promesas de hace cuatro años, que si rebaja de impuestos, que si creación de empleo digno, que si punto final a la corrupción, después de todo lo ocurrido estos cuatro últimos años, parece más que otra cosa una tomadura de pelo a quienes entonces creyeron en sus palabras, en el programa de un partido al que se había dado una mayoría absoluta para gobernar, y que ha incumplido sistemáticamente desde el primer momento. En el pecado llevará el PP la penitencia dentro de tres semanas, porque la gente, ni siquiera aunque sea navidad entonces, olvidará y perdonará las subidas de tributos, las bajadas y congelaciones de salarios y pensiones -lo del 0,25 de las pensiones es una bajada encubierta-, los recortes en sanidad y educación, el paro contra el que se lucha a base de trabajo precario y temporal, y tantas cosas más que han hecho mucho daño a las economías más débiles, la mayor parte, mientras se salvaban los intereses de los ricos y de los políticos. La recuperación económica de la que se habla la han pagado los contribuyentes: 14.000 millones en el IRPF y 27.000 millones en el IVA. Así que a buena parte viene ahora Rajoy.

Claro que a pocos más sitios va, porque las asignaturas pendientes se le acumulan. A la espera de lo que pase en Cataluña, que no va a pasar nada, sigue sin decidir sobre la postura de España contra el terrorismo islámico, que quiere dejar para después de las elecciones, lo que de entrada parece correcto, y se dedica a arremeter contra Ciudadanos, el partido que le ha puesto el veto personal. Por lo demás no acude a debates con sus contrincantes políticos y solo admite el acartonado cara a cara de TVE con el líder del PSOE, Pedro Sánchez, pero huye de enfrentarse a Rivera, el candidato de Ciudadanos, y a Pablo Iglesias, el de Podemos. Se conoce que no les considera lo suficiente. Mientras, la última encuesta del fin de semana apunta un triple empate entre PP, Ciudadanos y PSOE, separados por décimas y con Podemos al alza y acercándose. Se explica que Rajoy ande apelando al oficio, a la experiencia, y diga que al Gobierno hay que llegar aprendido. Pero él, con más de 30 años viviendo de la política, es el ejemplo contrario, como los hechos llevan cuatro años demostrando.

Total, que para conseguir una mayoría absoluta fiable y sólida, la única combinación será el pacto entre PP y Ciudadanos. Pero ya se sabe, sin Rajoy, al que Albert Rivera no se cansa de repetir que nunca apoyará. Tanto es así que se empieza a especular, en el mismo PP, con que el presidente dejase el puesto a Sáenz de Santamaría. Y eso si gana el PP. La alternativa: un tripartito con socialistas, centristas y Podemos, suficiente para lograr una amplia mayoría estable dentro de lo que cabe. Gobernar en solitario y en minoría, a no ser que cambien mucho las tendencias a última hora, llevaría a un Gobierno de duración muy limitada. Lo ocurrido en Portugal está bien reciente y cercano. Las barbas del vecino, o sea.