Cuando el rey Fernando I repartió sus reinos entre sus hijos, les advirtió que deberían respetar la división que hizo y tomó las pertinentes precauciones para lograr lo previsto.

En tanto que la reina viuda doña Sancha vivió, el que había quedado como rey de Castilla, su hijo Sancho, nada emprendió en contra de la voluntad paterna.

El fallecimiento de doña Sancha fue para su hijo Sancho la señal de ataque contra sus hermanos. Comenzó con el leonés Alfonso, librando contra los leoneses sangrientas batallas hasta que Sancho hizo preso a su hermano Alfonso y le despojó de su reino. Medió el conde Ansúrez para lograr la libertad de aquel, a lo que Sancho accedió con la condición de que tomara hábito de monje en el monasterio de Sahagún. Don Alfonso fue al convento pero a poco se fugó y disfrazado huyó a Toledo buscando la protección del rey moro Al-Mamúm.

Arrebató después el reino de Galicia a su hermano don García, encerrándole en el castillo de Luna del que escapó también yendo a buscar refugio a Sevilla.

Seguidamente despojó a su hermana Elvira de la ciudad de Toro, que no pudo ofrecer resistencia alguna.

Le quedaba a Sancho II Zamora para apoderarse de todos los reinos que su padre había repartido entre todos los hermanos. Llegó con toda su tropa a las inmediaciones de la ciudad, reconociendo sus alrededores y quedando muy sorprendido y admirado de lo que le pareció una fortaleza casi inexpugnable. Vio cómo estaba toda en peña tajada, con fuertes muros y numerosas torres, de otra parte estaba el Duero, lo que le hizo exclamar: "ved como es muy fuerte, yo creo que no la podrán dar batalla moros ni cristianos, intentaré que mi hermana me la entregue o cambie".

Envió Sancho a Rodrigo Díaz de Vivar con el encargo de que dijese a doña Urraca que su hermano Sancho le pedía que le entregase Zamora a cambio de Medina de Rioseco con todo su infantazgo desde Villalpando hasta Valladolid y con el castillo de Tiedra, advirtiendo que si la reina de Zamora no se avenía a ello, el monarca se la arrebataría.

Fue recibido el Cid por doña Urraca que escuchó con gran disgusto las proposiciones de su hermano. Antes de dar contestación, mandó esperar al mensajero Rodrigo para reunir a los caballeros y hombres buenos de la ciudad y hacerles saber las pretensiones del rey Sancho. El zamorano Nuño Álvarez habló como portavoz de los reunidos diciendo: "Señora, Dios os agradezca la honra que nos hacéis al venir ante nosotros para entender nuestro parecer en este negocio y pues somos buenos y leales vasallos, nunca os desampararemos hasta la muerte y con vos haremos cuanto pudiéramos antes que dar la villa contra vuestro agrado".

Ante estas manifestaciones, doña Urraca llamó al Cid encargándole que dijera a su señor que antes moriría la reina con los de Zamora, que darle la ciudad por trueque ni por precio alguno.

Cuando don Sancho escuchó al Cid el resultado de su embajada explotó en cólera y muy enojado culpó al mensajero del fracaso de la gestión, mandándole marchar de entre sus tropas. Cuando se dio cuenta de su arrebato y reconociendo que había sido injusto con tan valioso servidor, mandó a llamar al Cid y le pidió que regresara con los suyos.

Enseguida inició un duro ataque a la ciudad durante tres días, combatiendo furiosamente por ambos bandos. Viendo la infructuosa pérdida de vidas de tantas gentes, decidió poner sitio que duraba ya siete meses. Comenzaba octubre de 1072 y la miseria y el hambre hacían estragos entre los sitiados, cuando un caballero de procedencia gallega, Bellido Dolfos, propuso salir a la búsqueda de los sitiadores pues tenía un plan para derrotarlos. Salió Bellido Dolfos y, llegado ante las tropas invasoras, logró entrevistarse con el rey Sancho, al que convenció para que le acompañase y le señalaría un portillo por el que entrar en la ciudad y tomarla fácilmente.

Confiado don Sancho, seguramente cegado por su ambición, siguió a Bellido Dolfos hasta las proximidades de las murallas. Cuentan las crónicas que hubo un momento que el rey sintió necesidad imperiosa de hacer del vientre y ese fue el momento que aprovechó Bellido para clavarle el venablo del propio rey atravesándole de parte a parte.

Huyó rápidamente Bellido Dolfos hacia el portillo que había señalado al rey como vulnerable. El Cid había seguido de cerca los movimientos del rey y su acompañante, por lo que enseguida salió en persecución del autor del crimen. Al no calzar espuelas no pudo dar alcance al perseguido que se refugió dentro de las murallas escapando de la persecución.

Produjo la muerte de don Sancho controvertidos resultados entre los sitiadores comenzando a ausentarse del campamento leoneses, gallegos y toresanos. Pero permaneció en el cerco Diego Ordóñez de Lara, quien gritó ante los sitiados el siguiente reto: "Los castellanos han perdido a su señor al que ha matado el traidor Bellido Dolfos y lo acogisteis en Zamora. Por eso digo que es traidor quien protege al traidor y reto a los zamoranos grandes y pequeños, vivos y muertos, nacidos y por nacer, a las aguas que bebieren, a los paños que vistieren y a las piedras de sus muros, y si tal hay en Zamora que salga a lidiar, si Dios quiere que venza, se probará lo que yo digo".

Aceptó el reto Arias Gonzalo en nombre de la ciudad, pero lo que ocurrió será tema para otro relato para no alargarme más en este.