Gran dilema y tremenda responsabilidad es lo que aguarda a Ciudadanos tras las elecciones generales del 20 de diciembre, en caso de cumplirse, como parece, los resultados que llevan mucho tiempo marcando con leves variantes las encuestas. Porque, sea segundo o tercero su partido, sin descartar por entero la sorpresa de que fuese el primero, el más votado, corresponderá a Albert Rivera y a sus dirigentes la suprema decisión de apoyar, o no, a una o ninguna, de las dos fuerzas del caduco bipartidismo, PP o PSOE, que han llevado el país a una situación que, para una gran mayoría de españoles, exige el cambio en las políticas y en las formas de gobernar. Hasta aquí se ha llegado, pero el vaso se rebosó ya.

Desde el centro equidistante que pregona, a Ciudadanos le va a corresponder, pues, sin olvidar a Podemos, dilucidar el dilema y echarse a hombros la responsabilidad de decidir un Gobierno con el PP o junto al PSOE, o al menos llegar a acuerdos puntuales que faciliten una legislatura estable. Que va a ser lo más difícil con un Congreso atomizado y sin grandes diferencias de escaños. La elección de Ciudadanos a la hora de decidir su postura, supondrá al partido de Rivera un etiquetado y un precio de cara al futuro. En las municipales, los de Rivera parecieron decantarse por salvar de la debacle total a Rajoy y los suyos, mientras en las autonómicas se despachaba salomónicamente a favor de los socialistas en Andalucía y de la derecha en la comunidad de Madrid. También en Castilla y León, echó una mano al PP.

El argumento que se va a esgrimir fundamentalmente es el del apoyo al candidato más votado que, aunque por poco será presumiblemente Rajoy, de atender a los sondeos. Pero, en pura esencia democrática, resultarán sus contrarios los que sumen muchos más votos aunque distribuidos entre diferentes candidatos y partidos. Esa es realmente la opción mayoritaria. No se puede considerar ganador, sino perdedor, a quienes apenas obtienen un 30 por ciento del total de los votos. Por otra parte, el oxígeno al PP, aun en condiciones draconianas, incluso manteniendo el firme veto a Rajoy, supondría que de ahora en adelante Ciudadanos sería considerado definitivamente como una especie de apéndice, o marca blanca, una nueva derecha, más joven y liberal, oportunista aspirante a suceder al PP y poco más.

La otra posibilidad, más centrista de verdad, pues el centro, en cambio, se relaciona directamente con la izquierda a través de las políticas socialdemócratas, es el pacto con el PSOE. Ciudadanos mantendría la vitola del centro y serviría de garantía a que Pedro Sánchez no resultase a la postre un nuevo Zapatero de pésimo recuerdo. En las encuestas, los consultados prefieren con mucho este acuerdo aunque lo ideal sería que ni PP ni PSOE tocasen poder. Los resultados de Podemos también influirán. Pero la ausencia de mayorías llevará a un Gobierno compartido o de apoyos, siendo Ciudadanos el que haya de decidir, incluso en el caso de que fuese el más votado. Se insiste en que hay una voluntad de consenso entre ambos partidos y hasta un documento firmado. En cualquier caso, difícil papeleta la que aguarda a Rivera, que necesitará antes y después de decidir, grandes dosis de sentido -común- y de responsabilidad.