En ocasiones, una llamada de teléfono puede cambiar una vida. Y esto es lo que ocurrió el sábado, cuando nos llamaron para comunicarnos que ya no formabas parte de este mundo. En casa no hubo reacción. No podía haberla. Solo el silencio que acompaña la incomprensión de ese misterio que es la muerte. Hace unos días hablamos? y hoy nos dicen que ya no habrá más conversaciones.

Y aunque, ya camino de la jubilación que rozabas con los dedos, hubo tiempo para darte las gracias por tu ayuda y el apoyo incondicional de tus padres Esteban y Ramona, nunca lo hicimos. Tan solo estas palabras pueden intentarlo ahora.

En la vida hay dos clases de personas: las que tienen un proyecto e intentan alcanzarlo y las otras, cuya misión es hacerle la existencia más fácil a los demás. Tú has sido de estos últimos. Por eso quizá el primer recuerdo que a mí y a mi familia se nos viene a la cabeza es tu cara sonriente, vestido con el mono azul de trabajo, en aquellas frías mañanas de matanza en el pueblo, dispuesto a sacar adelante la faena. Junto a tus padres. Aunque no lo pareciera, la recompensa de aquellos esforzados fines de semana de diciembre no eran los embutidos, las chichas o la chanfaina, sino la satisfacción del deber cumplido, en familia.

Con la distancia, la niebla de aquellos días desaparece y todo se percibe con más claridad. Así se explica que siempre estuvieras dispuesto a echar una mano, no importa si necesitábamos un electricista o un fontanero. Pero siempre con una condición innegociable: no recibir nada a cambio.

No tengo la menor duda de que tus compañeros en la bodega Fariña, a la que dedicaste el esfuerzo de una vida madrugando cada mañana, pensarán lo mismo. Que nunca hubo nada que reprocharte. Y después de saber que no podrás regresar, ellos sentirán el mismo vacío que nosotros.

Lejos, muy lejos, quedan ya nuestras visitas de aquellos sábados, cuando compartíamos un rato a la camilla, frente al televisor, rodeados de cuadros y barcos de vela cautivos en botellas de cristal. Aquel tiempo en el que compartíamos la felicidad de estar todos. Tú eres la prueba de que hay amistades más fuertes que los lazos de sangre y que, aunque a algunos les pueda la ceguera, la verdadera familia es con quien tú quieres estar. Y tú siempre fuiste, eres y serás uno de los nuestros.

María Luisa Pérez Seijas

(Zamora)