Una de las virtudes que se atribuye a Internet es la supresión de los intermediarios entre el cliente y el productor de bienes o servicios. ¿Para qué ir a la tienda si uno puede comprar lo que desee con un simple golpe de tecla en el ordenador o, mejor aún, en el móvil? ¿Por qué buscar noticias en el periódico si ya las adelantan en las redes sociales?

Tampoco tendría el menor sentido acudir al aula cuando cualquiera puede adquirir todos los conocimientos que desee en la Red. El nuevo mundo cibernético habría acabado, felizmente, con estas tercerías al parecer innecesarias.

Quizás el asunto no resulte tan sencillo como parece. Un fontanero, por ejemplo, sería un intermediario ocioso entre la avería y el cliente que la sufre. El afectado puede recurrir a los innumerables manuales que Internet ofrece para solventar ese problema, pero al final lo más sensato es llamar al profesional de las tuberías.

Lo mismo ocurre con los periódicos, que ya se escribirían en esa pajarera de Twitter donde el valor de la noticia es de orden estrictamente numérico. Cuantos más tuiteros la vean, mayor credibilidad tendrá. Pero luego vienen las noticias de verdad: y ahí el público vuelve a recurrir al periodismo de toda la vida. Ya sea para arreglar un grifo o informarse de algo, un profesional sigue siendo un profesional.

Baste observar los últimos acontecimientos de París. Las televisiones privadas que en España maneja un duopolio italiano siguieron con su programación como si nada ocurriese; y solo un modesto canal de TVE -24 horas- tuvo la intuición y los profesionales necesarios para seguir en directo la noticia.

La mayoría de la desasosegada audiencia recurrió, sin embargo, a las páginas web de los periódicos y a sus ediciones en papel del día siguiente. Diarios como "Liberation" y, en menor medida, "Le Monde" -por citar solo los locales- enviaron reporteros duchos en las técnicas de la profesión para dar cuenta de la noticia según se iba produciendo. Sobra decir que no había color entre la información que estos proporcionaban y el deslavazado relato que los pajaritos aficionados iban gorjeando en Twitter. Incluso la producción de noticias necesita de una cierta jerarquía.

Otro tanto sucede con la educación, ramo de los servicios que se basa en el profesor como intermediario entre el saber y los alumnos que han de recibirlo. Internet es, en efecto, un remedo mejorado de la Biblioteca de Alejandría en el que se puede encontrar casi cualquier conocimiento, a condición de que uno no sea demasiado exigente a la hora de verificarlo.

Ahí es fácil aprenderlo todo sin necesidad de intermediarios. Páginas como "El Rincón del Vago" ofrecen variados recursos para pasar exámenes, por ejemplo; aunque otra cosa -y bien distinta- es que puedan sustituir al profesor en la función magistral que le es propia. Siempre han existido autodidactas, naturalmente; pero en general la transmisión del conocimiento está vinculada a la existencia de los maestros que ejercen su autoridad en cada disciplina. Ya lo hacían en el viejo tiempo de los libros: ese vetusto instrumento analógico.

Inagotable en sus posibilidades, Internet es ya una herramienta de uso forzoso; aunque no tanto como para sustituir a los profesores, periodistas, comerciantes e incluso políticos que median entre el producto en bruto y la clientela. Cuando fallan las tuberías lo mejor es llamar al fontanero.