El escritor leonés Andrés Trapiello ha trasladado el "Quijote" de Cervantes al castellano actual con el propósito de acercar al gran público una obra que está considerada como la cumbre de nuestra literatura. Y dice Trapiello que la dificultad de entender lo que estaba escrito en un lenguaje propio del siglo XVII ha provocado que la inmensa mayoría de los ciudadanos españoles nacidos en el siglo XX no lo haya leído nunca, y que la minoría de los que aseguran haberlo hecho mientan como bellacos en su afán de quedar bien y de no pasar por incultos. "Un enorme número de españoles -dice Trapiello- cree haber leído el "Quijote" porque ha leído solo unos capítulos, porque lo ha ojeado por encima o porque le han contado la historia". Una carencia que refleja perfectamente una encuesta del CIS en la que se demostraba que solo dos de cada diez encuestados confesaban haber leído la obra magna de Miguel de Cervantes.

Pero lo malo del asunto es que de ese 20% solo un 16% era capaz de saber que el verdadero nombre del famosísimo hidalgo manchego es Alonso Quijano, y un porcentaje aún inferior, el 8%, era capaz de entender que bajo la aristocrática denominación de Dulcinea del Toboso (la idealizada dama de la que estaba rendidamente enamorado el caballero andante) se escondía una labradora de aquel pequeño pueblo llamada Aldonza Lorenzo, una mujer vulgar y no especialmente agraciada. Tiene razón Trapiello cuando señala que la vergüenza de no ser tenido por una persona culta ha llevado a un buen número de usuarios de la lengua castellana a declarar en falso sobre su condición de lectores habituales del "Quijote". Y tiene razón también al señalar que el empleo frecuente del hipérbaton (alteración forzada del orden normal de las palabras) era muy del gusto de los literatos del siglo XVII, pero supone una dificultad añadida para los lectores del siglo XX y del XXI. "Los hipérbatos complejos -señala Trapiello- son un verdadero quebradero de cabeza. Para ordenar algunas frases de manera racional me he pasado tres o cuatro horas". Acercar los clásicos a las entendederas del hombre moderno sin que lo fundamental de la obra no pierda sustancia en el trasiego es una tarea delicada.

A lo largo de los años hemos visto numerosas adaptaciones de obras clásicas tanto en el teatro como en la ópera, géneros que quizás asimilan mejor novedosas versiones, pero no tenemos constancia (al menos yo) de que suceda lo mismo con la literatura, salvo en esas adaptaciones que se hacen para fomentar la lectura entre el publico juvenil. A propósito del "Quijote", recuerdo que mis padres, teniendo yo entre 8 y 9 años, me regalaron un ejemplar de esa obra adaptada para niños de la que no se eliminó ninguno de esos molestos hipérbatos y solo (la moral era entonces muy estricta) se prescindió de aquella escena en la que la criada Maritormes se entregaba a la lujuria con un arriero en el desván de una de aquellas ventas manchegas donde solían buscar acomodo amo y escudero. Desconozco si esta traducción de la obra de Cervantes que ha hecho Trapiello servirá de estímulo para incitar a su mejor conocimiento. En cualquier caso, le deseo éxito.