Sentí repugnancia y temor, pero afronté estoicamente las imperiosas premuras de una necesidad fisiológica: hacer de vientre o, como dicen en mi pueblo, "tirar de pantalón" en el retrete para caballeros de la estación de autobuses de Zamora. En ningún excusado había papel higiénico; en otros faltaban las tapaderas. Tampoco existía una percha o un simple gancho para colgar el abrigo o la chaqueta. Lo de inodoro era allí un sarcasmo. Elegí el servicio que me pareció menos repelente. Tuve que descuartizar un periódico para evitar el contacto directo con la taza y usar papel del mismo diario para limpiarme. Una vergüenza.

En el verano de 1970 tuve que satisfacer esta misma necesidad en la estación del ferrocarril de la ciudad suiza de Lucerna. Nada que envidiar a los elegantes, limpios y relucientes retretes que existen actualmente en los mejores aeropuertos europeos, incluidos los españoles. Hace ya 45 años. En la estación de ese ferrocarril me sentí considerado una persona respetable. En la estación de autobuses de Zamora, como una vulgar cucaracha, porque el lamentable estado de los retretes de marras es degradante y, por eso mismo, intolerable. Es un síntoma de desidia que atenta contra la dignidad de las personas.

Me siento orgulloso de ser zamorano. Quizá por eso el bochorno es aún mayor. Lo mínimo que se puede exigir a un lugar público de estas características es limpieza, máxime en una ciudad que se precia de vivir en gran parte del turismo interior y exterior. No se trata solo de dar una buena imagen, sino sobre todo de ofrecer en todo momento un servicio idóneo y salubre.

Es evidente que en la mayoría de las ciudades de este país, y no solo en Zamora, existe una escasa cultura ciudadana. Son demasiado habituales las cacas de perros por las aceras, las pintadas en paredes y autocares -en el caso de Madrid, también en los vagones del metro-, las pegatinas de toda índole en farolas, las colillas y el vaciado de los ceniceros de los coches en plena calle. Hay mucho que educar y aprender para que esto no se convierta en una rutina que confirma la falta de civismo y de una educación elemental.

Cuando estas malas costumbres se manifiestan en un aseo público el asunto es mucho más grave. No sé a quién corresponde la responsabilidad de la limpieza e higiene de los retretes de la estación de autobuses de Zamora, pero alguien tiene que exigir que un baño no sea una zahúrda maloliente e inmunda. A veces a los administradores de la cosa pública se les llena la boca con grandilocuentes expresiones sobre su servicio a los ciudadanos. Son palabras vacías de significado, si no se concretan en acciones tan sencillas y cotidianas como velar por la higiene de los aseos en un centro público.