Las gentes de mi pueblo conocemos desde niños bastantes episodios de la vida de san Antonio de Padua, que, por cierto, ni se llamaba Antonio ni era de Padua. Tomó ese nombre cuando se hizo franciscano y murió con 35 años en la citada ciudad italiana. Había sido bautizado como Fernando y nació en Lisboa a finales del siglo XII. Sabemos de sus vicisitudes porque en su día, el 13 de junio (ahora en torno a él), se celebran las fiestas de Guarrate. Entre los episodios de su vida, destaca su primer milagro, ese que ha dado lugar a una canción muy popular recogida por el Nuevo Mester de Juglaría en una de sus recopilaciones de música tradicional castellana. La tonada narra la hazaña del pequeño Fernando-Antonio cuando colocó en un establo todas las aves que andaban por la finca familiar a fin de evitar que comieran el sembrado. Su padre, antes de ir a misa, le había ordenado que vigilara la tierra para que los pájaros no le hiciesen un estropicio. El niño, con solo ocho años, mandó a los animales entrar en la cuadra y allí estuvieron, quietecitos, hasta que, ya con su progenitor presente, les dio permiso para salir. Y le obedecieron otra vez.

Muchos años después, otro Antonio, el consejero de Sanidad, ha repetido el milagro? pero al revés. Ha logrado desperdigar en cuestión de minutos a más de 20.000 aspirantes a una plaza de ATS que tenían que haberse concentrado hoy en Valladolid y León para realizar los oportunos exámenes. Al igual que en el caso de san Antonio y los pájaros, en este de Antonio Sáez Aguado hay algo de sobrenatural, de inexplicable. ¿Qué misterioso poder tenía el santo de Padua para que las aves le obedecieran sin piar?, ¿qué flujo emana del titular de Sanidad para que otro pájaro, el ministro Montoro, recurra una convocatoria que no ha recurrido en otras regiones en circunstancias similares? El pequeño Fernando-Antonio tuvo problemas con las autoridades religiosas de su época, católicas también, que no acababan de creerse la intervención divina en el encierro de las aves. El consejero tiene problemas similares con las autoridades políticas, del PP asimismo, que tampoco acabaron de creerse que don Antonio actuara de buena fe al dar luz verde a una convocatoria que sabía (él y, al parecer, los sindicatos) que era irregular. Los dos, santo y san consejero, se instalaron en la heterodoxia. Vaya por Dios.

Milagros aparte, hay más parecidos entre ambos. Según los anales de la Iglesia, san Antonio tenía el don de la bilocalización, es decir que, en algún momento de su vida, estuvo a la vez en dos sitios alejados entre sí. Estos días Antonio Sáez Aguado ha estado casi simultáneamente (y sin casi) en dos o tres emisoras en directo, un par de teles, varias agencias y periódicos. Un prodigio. El fraile de Padua, por sus virtudes y diatribas contra el vicio, suscitó envidias, como suele ocurrir con los privilegiados. Intentaron descabalgarlo. Al consejero, por sus "milagros", le han pedido su dimisión la oposición, los opositores y algunos sindicatos. En Padua no lo lograron; en Valladolid, tampoco.

San Antonio es también la mejor vía para encontrar objetos perdidos. Cuando extravías algo, los mayores de mi pueblo te dicen: "Rézale a san Antonio". Hay hasta una oración específica para el caso. Suele funcionar. Al menos a mi madre, le funcionaba. Le contabas que no hallabas un bolígrafo, el reloj, un billete y, al cabo de un rato, volvía con él. "San Antonio nunca falla", nos aseguraba. Bueno, pues, no sé si habrán sido los rezos o qué, pero Antonio Sáez perdió 554 plazas de Enfermería y 311 de médicos y acaba de encontrar 1.278 a las que podrían sumarse otras mil y pico en próximas ofertas públicas de empleo. ¿Es o no un milagro? Eso sí, habrá que esperar al primer semestre del 2016 (o "ad calendas graecas") para que el portento se consume y sepamos si esas cifras y promesas, lanzadas el viernes, llegan o no a cogüelmo.

En lo que no hay demasiada similitud es en la dialéctica. San Antonio, llamado "Arca del testamento", fue un fenómeno desde el púlpito. Sus predicaciones contra la avaricia y otros pecados capitales admiraban y estremecían a las gentes medievales. Tanto que solo un año después de su muerte, en 1232, el papa Gregorio IX lo canonizó. Antonio Sáez Aguado no subirá a los altares por su oratoria. No es que hable mal, no, es que con ese tono monocorde y lento aburre. Entre frase y frase te da tiempo a echarte la siesta. Claro que aunque disertara cual Castelar, lo tiene fatal para convencer a los 20.000 afectados. Veremos cómo se explica en las Cortes, pero, por muy bien que se exprese, no bajarán la indignación y el cabreo de los frustrados opositores. Y con toda la razón.