Ninguna religión nació para la guerra y la violencia, sino para la paz. Sin embargo todas, en uno u otro momento, de una u otra manera han caído en la tentación de la violencia, en las garras del ejercicio de la opresión. No es por lo tanto una cuestión fundacional la que diferencia, en cuanto a la utilización de la violencia, a unos credos de otros. Sean religiones monoteístas, sean politeístas, a lo largo de la historia todas han sido pacíficas y todas crueles.

Por ello no hay que poner la lupa en la propia religión, sino en el avance de la sociedad en la que la religión se desarrolla y a la que a la vez influye y determina de manera sustancial. En el avance de la civilización en la que se desempeñan. Las religiones nacen en un contexto social y en él avanzan. En función de la era en la que esa sociedad se vaya encontrando, la religión y sus representantes, sacerdotes, rabinos, imanes o como quiera que en cada caso se llamen, tendrán mayor o menor capacidad de control no solo de la acción religiosa, sino de los poderes civiles.

El problema del islam no es el islam en sí mismo. El problema radica en el uso que a su servicio algunos hacen de él. En la manipulación con la que se trata de frenar la evolución social, al convertir a algunas de sus sociedades y tratar de hacerlo en todas, en teocracias totalitarias que llegan o se mantienen en el mundo con mil años de retraso. El problema surge cuando una locura de corte medieval se trata de imponer con medios, armas y bagajes del siglo XXI en una esquizofrenia sin sentido. Si aplicamos a Goya aquello de que el genio de la razón produce monstruos, qué no será capaz de producir y ofrecernos el genio de la sinrazón.

El terrorismo de marca islámica es el más peligroso no solo porque no respeta la vida de los demás, sino sobre todo porque al caer en el más dramático de los fanatismos no respetar la propia.

En ocasiones, hablando con expertos antiterroristas baqueteados en la lucha contra ETA, me comentaban que de un atentado lo más fácil es cometerlo, lo complicado es la huida del lugar del crimen. A los terroristas islámicos esto no les importa, por lo que tienen realmente fácil actuar y nosotros muy difícil la lucha contra ellos sin renunciar a los mayores avances de la civilización occidental -guste o no decirlo, de influencia judeocristiana-, la libertad y los principios inspiradores del Estado de Derecho.

Por lo mismo no debemos renunciar a esos principios en nuestras sociedades y en nuestras legislaciones en aras a una falsa tolerancia. Quienes vienen a incorporarse a nuestras sociedades han de aceptar sus normas y adaptarse a sus modos. Lo dijo Blair: "No es la alianza de civilizaciones, sino la de los civilizados".

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