Tomo prestado el título de aquel viejo foxtrot, original de la opereta de Cole Porter, para hablar de la lección dada por los parisinos a raíz de los terribles atentados del pasado viernes. Tenía que ser un viernes 13. Otro dígito que irá ineludiblemente cosido a la inicial del mes en que se produjo la masacre, 13N.

El bullicioso París guardó un minuto de silencio que acalló el ruido. Podía oírse el silencio. Hasta el Sena pareció enmudecer. El bullicio de las calles se tornó silencio. Un silencio demoledor. París se paró durante un minuto. Sesenta segundos después, en la Sorbona, en la Plaza de la República, en las calles, en los hogares, en los puestos de trabajo se cantó "La Marsellesa". "Liberté, Liberté chérie. Combats avec tes defenseurs!" "Libertad, libertad amada, combate con tus defensores". Libertad es la novia de los franceses. La mujer soñada y conseguida no sin esfuerzo, no sin lucha.

La capital de Francia ha difundido los principios de la libertad a todo el mundo occidental. Libertad que el odio yihadista ha querido cercenar, con fuego, con sangre, con muerte y con miedo. El miedo no es eterno. Dura lo que dura el impacto emocional de la barbarie. Luego, la calle, en libertad, aguarda para que libremente los habitantes de París, franceses o no, se expresen como no pueden expresarse los islamistas radicales: con libertad. La libertad es un bien ganado por los pueblos, un bien común del que debemos participar todos. También aquellos que son reclutados para matar y morir, a los que no permiten otra opción que la que los tiranos les imponen. Una opción literalmente opuesta a la libertad.

La libertad no nace espontánea, tiene que ser conquistada y los franceses saben mucho de eso. París, la ciudad de la luz y del amor, se tiñó de rojo sangre. El sonido bullicioso del can-can cedió su jubiló y su algarabía a la voz de los kalashnikov y de las bombas. El ocio y la diversión del fin de semana, la despreocupación, "l'amour y la vie" se vieron interrumpidas la tarde noche de un viernes 13 de noviembre. París lloró, París guardó silencio y de nuevo ha vuelto a dejar que hable la esperanza.

París ha sido estos días la capital del mundo. La moda, la música, las cumbres políticas, no la convirtieron en noticia de portada. Fueron las viles ejecuciones, los viles asesinatos cometidos por unos ciudadanos, cuántos de ellos franceses de origen árabe, a los que se ha inoculado el odio hacia los franceses, hacia los europeos todos, invitándoles a matar y a morir matando por un Alá, que ni más justo, ni más grande, ni más poderoso es en la barbarie. Sigue la vida en París como si nada hubiera ocurrido cuando ha ocurrido tanto. El Sena surcado por los "bateaux mouches", Notre Dame erguida dejando hablar a sus campanas, la Torre Eiffel expectante, como vigilando permanentemente y Montmartre anclado en su colina y los corazones latiendo al compás de la vieja canción de Cole Porter: "I love, Paris".