Cómo escribir de algo distinto a los terribles sucesos de París? Tal vez a estas horas usted ya lo sepa todo o casi todo sobre la matanza y haya leído y escuchado multitud de análisis, interpretaciones, condenas, relatos, crónicas? Seguramente usted siga todavía conmocionado por las imágenes que han llegado y llegan desde la capital francesa, por esas fotografías que se quedan grabadas de por vida, por testimonios de testigos directos, por el desgarro de los familiares de las víctimas, por el sin sentido de quienes reivindican y justifican los atentados. Por tanto, es posible que lo que yo pueda decir a la hora en que escribo estas líneas (la mañana del sábado) ya sea viejo, ya esté superado por una actualidad desbordada que galopa a velocidad interplanetaria. Sin embargo, aun a sabiendas de todo ello, es imposible sustraerse al impacto personal y anímico causado por la masacre.

El viernes por la noche tenía claro el tema del artículo de hoy: la contradicción lacerante entre una ciudad, Madrid, asfixiada por la contaminación derivada de su superpoblación y la desertización, casi vacío, de provincias como Zamora; la contradicción entre el lujo ostentoso de la torre de Iberdrola en Bilbao y la eliminación de la brigada de emergencia de esta empresa en comarcas zamoranas de las que saca pingües beneficios de un agua que tenía que ser de todos. En unos lugares se ahogan por mucha gente; en otros por su ausencia. En unos sitios se gasta en diseño, glamur y boato; en otros no hay dinero para nada, ni para las necesidades. Iba a escribir sobre estas cosillas, pero preferí dejarlo para el sábado por la mañana. Me acordé de la frase-sentencia de Miguel Delibes: "La inspiración consiste en haber dormido bien". Con ese propósito me acosté, pero puse la radio y todo cambió de repente y a lo largo de minutos escalofriantes. La confusión de los primeros momentos, las noticias sobre más y más ataques, la confirmación de la existencia de muertos, la amenaza del horror me llevaron instintivamente al amanecer de un 11 de marzo de 2004 en un hotel de Villablino (León), donde pernocté tras informar para RNE de un mitin electoral celebrado el día anterior. Las horas fueron confirmando la salvajada del 11-M en Madrid. Las informaciones procedentes de París se parecían mucho a aquella tragedia. Y ya la cabeza comenzaba a negarse a escribir de algo que no fuera este horror, esta sinrazón sangrienta.

La madrugada y la mañana de ayer ratificaron los peores augurios: decenas de muertos y cientos de heridos, algunos en estado crítico, y una sociedad, la francesa y la internacional, atenazada por la incredulidad, el pánico y la sensación de que, dada la barbarie de los terroristas, las matanzas pueden repetirse en cualquier lugar y en cualquier momento. Nadie parece estar a salvo por mucho que se redoblen las medidas de seguridad y que se destinen más y más miles de euros a la prevención. Desde los atentados contra la revista Charlie Hebdo en enero pasado, Francia ha invertido 735 millones de euros extras en seguridad y ha incorporado otros 2.680 gendarmes. También cuenta con 1.500 soldados vigilando dependencias e instituciones. Desde ayer, además de los policías, 7.000 militares patrullan las calles. Pese a ello, el miedo se ha instalado otra vez en Europa y en gran parte del mundo. Algunos diarios galos hablan expresamente de "guerra". Pero ¿contra quién? No hay un enemigo claro enfrente. Suelen ser células aisladas integradas por gentes dispuestas a inmolarse, a hacerse saltar por los aires, con tal de matar a quienes consideran infieles. Un periodista español contaba ayer que tuvo ocasión de hablar con un yihadista tunecino. El individuo, con carrera universitaria, le dijo que no había sitio en el mundo para cristianos y musulmanes, que no se detendrían hasta el extermino de los occidentales; ellos tenían seguro el paraíso. ¡Y lo decía un señor con estudios superiores, supuestamente culto e instruido!

Volvamos al principio: ¿cómo no escribir hoy sobre los sucesos de París? Piensas otro tema y la mente y los dedos se niegan a obedecerte. Sangra el ordenador. Sabes que quizás aportes poco, que tu visión puede estar ya desfasada, superada por las últimas noticias, pero las masacres de la capital francesa se imponen, marcan el ritmo vital, monopolizan pensamientos y sentires. Y es duro, muy duro, especialmente si recuerdas que ya has pasado varias veces por circunstancias similares (atentados de ETA en Hipercor, Madrid o País Vasco), matanza de las Torres Gemelas, 11-M, bombas en Londres. En todos los casos, te autoconvencías de que aquella sería la última barbaridad, de que el género humano no podía permitirse más dolor. Pero una y otra vez se han repetido las tragedias. Y vas perdiendo la esperanza. Y ese es también uno de los mayores horrores.