Por la carretera de Almaraz, próxima al comienzo de los Arribes del Duero, existió la ermita de san Pelayo que estuvo asentada sobre un prehistórico santuario rupestre. De la ermita apenas quedan algunas piedras y del santuario rupestre hay evidencias que merece la pena comentar.

Parece ser que en aquel lugar se celebraban ceremonias y sacrificios en honor de la divinidad Serapis, un dios que, según la mitología, resultaba de la asimilación de Apis, a su muerte, con Osiris. Se le representaba como hombre con cabeza de toro; se dice que era un dios curador que libraba a los hombres de sus dolencias, principalmente por medio de oráculos.

Próximo a la presa del Porvenir podemos encontrarnos con diversos elementos tales como lagaretas, o pilas, algunas de las cuales poseen canalizaciones excavadas para el desagüe, posiblemente, de La sangre de los sacrificios allí realizados. Hay escalones o rocas rebajadas que cumplían la función de acceso a las pilas de sacrificio rituales.

Los dos pozos sagrados o cenotes, casi redondos son fácilmente identificables, aunque están casi saturados de tierra y vegetación. Hay también formas de serpientes que servían de culto a los ofidios, una costumbre que, si bien data de la prehistoria, se mantuvo entre los pobladores castreños hasta bien avanzada la historia con las culturas celtas.

San Pelayo, cristiano martirizado durante el califato de Abderramán III, cuya imagen se representa como un niño sacrificado por los moros, tuvo su ermita en aquel promontorio desde el siglo XV, a la que acudían los lugareños en romería cada 9 de mayo hasta comienzos del pasado siglo XX; desde entonces, la ermita fue abandonada para acabar viniéndose abajo con el paso de los años. Lo que ahora encontraremos son apenas ruinas de sus paredes en el centro del conjunto prehistórico.