El primer Libro Blanco que llevaba ese título era un informe, no recuerdo de qué pero imagino que acerca de cuestiones económicas, que se llamó así porque las tapas eran de ese color. La estulticia generalizada ha conducido ahora que cualquier informe, esté encuadernado con el color que sea y se refiera a lo que se tercie, se llame Libro Blanco. No solo coinciden todos ellos en la estupidez del nombre; también comparten la inutilidad del contenido.

El último de los libros blancos que se supone que han de servir de guía para algo acomete uno de esos problemas que se arrastran en España desde los tiempos en que nos decidimos a convertirnos en un país normal. Según se ve por los resultados acerca de cómo cabe entender a la vez la diversidad y la solidaridad, se diría que la tarea es imposible. Pero el Libro Blanco de ahora no va del encaje de Cataluña, el País Vasco y Navarra en la Constitución sino del sueldo de los profesores. Con el debate, ya clásico, acerca de si los buenos y los malos deben cobrar lo mismo.

Qué cosas. Cualquiera con dos dedos de frente lo que se plantearía es por qué razón los profesores malos deben seguir dando clase. Haberlos, los hay. Pero, ¿a santo de qué se les debería mantener en el empleo? ¿Se trata acaso de castigar al alumnado con un profesor que no solo es incapaz de ejercer su profesión sino que, encima, logrará unos objetivos contrarios a los que se supone que dan sentido a la enseñanza?

Es un escándalo que el asunto se plantee en términos de sueldo. Pero también lo es la manera en que los profesores se convierten en funcionarios con su puesto garantizado de por vida, un problema agravado por la manera como se fomenta el nepotismo. Esas lacras se han denunciado una y mil veces sin que sirva de nada así que, en vez de agarrar el toro por los cuernos y convertir de una vez por todas a los profesores en contratados que sean sometidos a controles severos y continuos, montamos un pollo sobre lo que deben cobrar según su eficacia. Pues bien, si a eso vamos no hace falta Libro Blanco alguno: bastaría con aplicar las fórmulas que funcionan en universidades como las de Estados Unidos en las que, ¡oh sorpresa!, no pocos de los profesores tienen un premio Nobel. Esos ilustres docentes pasan por los mismos filtros periódicos para renovar sus contratos que los que disponen de un simple doctorado como todo galardón. Pero si de lo que se trata es de aplicar recetas que se sabe que dan resultado en vez de publicar libros con las tapas y el contenido en blanco se podrían copiar los procedimientos de selección del profesorado para que los que no sirven de enseñantes se vayan a la calle. Y, ya que estamos, quizá fuese el momento de recordar que también por ahí fuera saben cómo se articula y se pone en marcha un Estado federal.