Parece ser, porque así lo dice el Barómetro Mundial del Hurto en la Distribución, que en España se tiene la mano muy larga. Nuestra amada y nunca bien ponderada España figura entre los diez primeros países del mundo con más hurtos en comercio. Concretamente ocupamos el sexto lugar, sin duda formamos parte de la avanzadilla, que lideran México, Holanda, Finlandia, Japón y China. ¡Manda narices! Hasta por eso nos tienen que sacar los colores. No creo que todos los manilargos sean autóctonos, pero como los hurtos están ahí, disparando las cifras que son cuantiosas, ya tenemos un sambenito que va a resultar difícil quitarnos de encima.

El hurto en nuestro país no es ninguna tontería. En el periodo 2014-2015 ha significado unas pérdidas de 2.487 millones de euros, un 1,33% de las ventas del sector minorista. Estos datos se disparan hasta los 4.144 millones de euros cuando sumamos el coste de la delincuencia con los gastos en prevención que deben hacer las empresas. Un total que supone el 2,21% del retail español. Digo yo que no todos los que estiran el brazo, alargan la mano y esconden, sobre todo en tiempo de invierno, bajo prendas anchas, el producto de su escamoteo son delincuentes. Me niego a creerlo.

Como me niego a creer que todos los que roban lo hagan por necesidad, por hambre. Porque cuando hambre hay se roban productos de alimentación, todo lo que sea susceptible de llenar y calentar el estómago. Cuando se roba un perfume que, encima, siempre es de los caros, un pañuelo de Cartier o un bolso de Hermés, detrás de semejante hurto hay otra cosa. Y lo que hay en España al respecto es una insostenible impunidad legal y una no menos criticable tolerancia social que no conduce a nada. Hay a quienes situaciones así les hacen gracia y le aplican al escaqueo que han hecho al pobre y honrado comerciante minorista, obviamente de forma equivocada, el refrán aquel de "quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón". Que no, hombre, en este caso el refrán está mal aplicado.

Parece ser que, más o menos por el siguiente orden, cuchillas de afeitar, productos de cosmética, accesorios para móviles o complementos de moda son los artículos favoritos para aquellos que deciden no pasar por caja como está en la obligación de hacer todo hijo de vecino. Hay quienes, conmiserativamente y tratando de justificar hasta lo injustificable piensan que, total, las cuchillas apenas tienen valor. Pero es que se empieza por las cuchillas, se sigue por el móvil de última generación, el whisky de malta, el perfume de gama alta y el jamón de jabugo. Y es que con buena parte de los hurtos se acaba comerciando.

Todo lo que sea pequeño, fácil de camuflar, de alto valor añadido y de uso frecuente se lleva la palma. Luego está todo lo demás. Porque hay verdaderos artistas de ambos géneros capaces de llevarse de una tacada lo que no está en los escritos, que se lo pregunten a joyeros y relojeros. En fin. Esto de formar parte de un ranking tiene sus ventajas cuando somos los primeros en lo mejor. En este caso, hay que reconocer que es una vergüenza. Quizá, puro mimetismo del panorama general.