El filósofo francés André Glucksmann con Bernard-Henri Lévy y otros enterró a la izquierda para siempre allá por los años ochenta del pasado siglo ¡y partiendo del maoísmo! Ya que Francia existe, siempre gozó de la más alta estima dentro del infinito debate de las ideas. Antes, y con mucho más fundamento, nuestro Gustavo Bueno hizo lo mismo. Como le daba y da cien vueltas a esos philosophes, la crítica buenista fue mucho más profunda. Pero España no existe -apenas pasa de Estado fallido- así que Bueno siempre estuvo en el ostracismo con el franquismo clerical y, ahora, con el socialismo nihilista. Menos mal que con Internet rompe el cerco de la burramia y el sectarismo.

Entrevisté a Glucksmann en su casa de París allá por el verano de 2004. Entre mil cosas comentó que "el marxismo no ha comprendido el espíritu de la democracia. Las relaciones entre los hombres no pueden establecerse por la fuerza del puño o del cuchillo. El marxismo no ha distinguido entre civilización y modernización. Olvidó el respeto a los ciudadanos, olvidó poner un límite mínimo a la intervención del Estado, lo que existía incluso en la monarquía francesa. Olvidó por completo la libertad de los ciudadanos. Ha modernizado pero no ha civilizado. Creyó sencillamente que la modernización iba a traer la civilización".

Glucksmann creía que el odio es el motor del mundo. Revel, liberal y amigo suyo -esas cosas tampoco ocurren aquí-, consideraba que la mentira mueve a la humanidad. ¿Quién se llevó el gato al agua? Entre males anda el juego, no sabría decir.