En el Valladolid tardofranquista de mis primeros años de carrera profesional causaba cierta impresión una autoridad local que gustaba de asegurar que él estaba allí para algo más que para presidir procesiones. Era un político de raza, que también los había entonces, más que ahora, y al que no parecían entusiasmar demasiado las tradiciones y costumbres impuestas por el nacionalcatolicismo en los tiempos dolientes para todos, vencedores y vencidos, de la dura posguerra.

Sin embargo, la rutina se ha mantenido década tras década, al menos en la forma, aunque en el fondo la transición aportase cambios tan sustanciales como la declaración constitucional que definía a España como un estado aconfesional, lejos ya de los hábitos rigurosos mantenidos en la dictadura. Nunca hemos dejado de ver a las autoridades de cualquier partido asistiendo y presidiendo cultos y ceremonias religiosas, continuando esa especie de tradición inveterada que se remonta a cuando Franco entraba bajo palio en los templos y el himno nacional ponía el cierre a misas solemnes, procesiones y otros eventos similares. Nadie quiso o nadie se atrevió a romper los protocolos imperantes.

Por eso ha llamado tanto la atención, aunque tampoco sea el primer caso, la postura del alcalde de Zamora, Francisco Guarido, negándose a participar, ni personalmente ni como máximo representante de la ciudad en determinados actos religiosos habituales en la ciudad. Ni aceptó su participación en la fiesta de la Virgen de la Concha ni pronunciará el juramento del Silencio en la procesión del miércoles santo, y así lo hizo saber con antelación suficiente a los responsables de las respectivas cofradías, aunque en ambos casos ofreciendo la presencia de uno de sus tenientes de alcalde para sustituirle en la celebración. Era algo que ya se contemplaba en el programa electoral de IU, como ha reiterado, y aun así fue votado por muchos zamoranos, tantos, que en unión del PSOE, le permite gobernar el Ayuntamiento tras veinte años de desidia municipal del PP que han dejado la ciudad hecha unos zorros.

Pero, naturalmente, el grupo del PP, ahora en la oposición, que contaba con que iba a ganar y no se preocupa en disimular siquiera su resentimiento porque los electores hayan dado a otros lo que consideraban suyo o casi, no ha desaprovechado la ocasión y se pasa el tiempo lanzando dentelladas sin ton ni son, ahora en una defensa a ultranza del viejo nacionalcatolicismo de la dictadura al que ni la propia Iglesia querría retornar. Consideran como una obligación el rito de que el alcalde haga el juramento en nombre de la ciudad, y eso aunque digan respetar sus sentimientos en materia religiosa. Más saber estar y más señorío que los del PP ha demostrado los presidentes de ambas cofradías, aceptando la situación y buscando soluciones prácticas sin entrar en polémicas que solo sirven para abrir brechas innecesarias, que para eso ya están políticos y politicastros. El juramento del Silencio lo hará un zamorano ilustre cada año, como el pregón de Semana Santa, una magnífica solución. Como debe ser. Lo de Dios y lo del César. A unos les gustará la separación y a otros no, pero nadie puede hablar en nombre de la mayoría.