Ha sido año y medio de resistencia y sobresaltos, desde mayo de 2013, cuando el resultado de las elecciones europeas anunció un nuevo escenario de partidos: irrupción de Podemos, retroceso del bipartidismo, Ciudadanos desembarcando en España, etc. Siguieron semanas de vértigo: dimisión de Rubalcaba, abdicación del rey Juan Carlos, proclamación de Felipe VI, elección de Pedro Sánchez y autoinculpación de Jordi Pujol. Desde entonces a aquí, la resistencia a aceptar que estábamos ante una Segunda Transición de baja intensidad se ha ido venciendo hasta acabar aceptando Mariano Rajoy, hace solo dos días, que una reforma constitucional es posible y deseable.

No estamos, por suerte, ante la necesidad de una Transición como la que exigió el paso de la dictadura a la democracia. Esta es de baja intensidad, pero nada sencilla, porque se han apurado en exceso los plazos deseables, convencidos algunos de que el tiempo lo cura todo, y ahora padecemos una fractura muy grave en España con una Cataluña a su vez rota por la mitad. Pero, aun en estas delicadas circunstancias, ya casi nadie sensato se atreve a oponerse a la nueva transición en marcha. Si la primera, la que aprobó en referéndum la Constitución democrática del 78, ha servido para vivir en paz casi 40 años, la segunda debería servirnos para garantizar unas décadas más de convivencia organizada y, a ser posible, ilusionada.

El término "Segunda Transición" lo utilizó inadecuadamente José María Aznar en un libro, para bautizar así su llegada al poder. Aznar necesitaba hablar de una segunda transición con él como protagonista dado que se perdió la primera en la que pudo participar por edad pero, como él mismo dijo al programa de TVE "Los años vividos", le pilló preparando oposiciones a inspector fiscal. Aznar tenía 22 años cuando murió Franco y 24 en las primeras elecciones democráticas, en las que solo participó, "asistiendo a un mitin de UCD en las Ventas". No. La llegada de Aznar a la Moncloa en 1996 no fue la "segunda transición" sino la "segunda alternancia" de gobierno. Primero gobernó la UCD con Suárez y Calvo Sotelo, después con la primera alternancia el socialista Felipe González, y en la segunda el PP de Aznar.

Lo que empezamos a vivir ahora sí puede llamarse Segunda Transición. Es la gran reforma de un régimen envejecido por el paso el tiempo, con el fracaso relativo de algunas de las decisiones que entonces se adoptaron y que merecen revisión constructiva, como el propio estado de las autonomías, el abuso de algunos de sus dirigentes para financiar sus partidos o para enriquecerse, y una politización reprobable de la Administración, incluida la de Justicia.

La crisis económica y la corrupción aceleraron la necesidad de esta Segunda Transición. La profunda desigualdad y la debilidad de las clases medias permitió a partidos emergentes como Podemos anunciar que su objetivo era derruir el edificio constitucional y comenzar de cero un nuevo régimen. Tres elementos nuevos, por lo menos, han salido al paso de esta pretensión: Pedro Sánchez con su propuesta de España Federal, que quedará en lo que quede; Albert Rivera que rinde culto a los que hicieron la primera transición y pide ahora una segunda "pero sin volvernos locos" y, ademas, la revitalización de la sociedad civil. La sociedad civil, que existe pero está desconectada y a veces simplemente vegeta, ha entendido que es tiempo de cambio y de hacer oír su voz: de ahí el Manifiesto impulsado por Sociedad Civil por el Debate que están firmando entidades, particulares y colegios profesionales para ser leído públicamente antes del inicio oficial de la campaña electoral. Un Manifiesto que pide conservar lo positivo que aportó la Transición pero que exige a los partidos políticos la generosidad y el consenso de aquellas fuerzas que supieron redactar una Constitución para casi todos, firmar los Pactos de la Moncloa que ayudaron a sacar a España de la crisis y dar paso a un periodo de prosperidad. Es muy buena noticia ahora que Mariano Rajoy admita que hay que reformar la Constitución y que Podemos, por boca de Íñigo Errejón, reconozca que fueron demasiado lejos con algunas frases agresivas por lo que hay que encontrar un punto medio. Todo listo para comenzar la Segunda Transición.