Son las nueve y media de la mañana de este día de noviembre en el que la niebla se ha enseñoreado de la ciudad. Detrás de esta blanca cortina hay, como cada día, calles, jardines, edificios, vehículos y ciudadanos que acuden a sus cotidianos quehaceres.

Hace varios días, las condiciones meteorológicas eran aquí de tiempo húmedo y fina, pero persistente lluvia. Hoy las nubes se han cansado de estar suspendidas en lo alto y han bajado a ras de suelo a hacernos compañía, estamos entre nubes. A media mañana desaparecen y el sol brilla, casi primaveral, como si se hubiera confundido de estación.

Esta suspensión de minúsculas gotas de agua, a nivel del suelo nos impide ver a pocos metros de distancia y parece que se nos meten tales partículas de pequeño volumen acuoso en el cuerpo. En Zamora, este fenómeno atmosférico sucede con frecuencia en los días de otoño-invierno; posiblemente nuestro padre Duero, hace que la condensación de vapor de agua sea más considerable y que la niebla se manifieste con más frecuencia en las primeras horas de la mañana. Luego, a lo largo del día, el sol se encargará de calentar suficientemente la atmósfera para que se disipe esa cortina que nos está impidiendo ver lo que hay delante de nuestras narices.

Nada que ver esta niebla de Zamora con la típica niebla londinense o de las grandes ciudades industriales, donde el "smog" fotoquímico es una contaminación del aire que vuelve la atmósfera de color plomizo como producto del compuesto de ozono que llega a ser tóxico y provoca problemas respiratorios en las personas. En nuestra ciudad podemos afirmar que el aire, con niebla o sin ella, es todavía respirable y sano.