En poco más de un mes los españoles volveremos a las urnas para elegir el Gobierno de los próximos años. Tenemos por tanto, aún tiempo, para reflexionar lo que han sido los últimos cuatro años y valorar las propuestas electorales que nos ofrezcan.

Sería bueno que repasásemos la hemeroteca de los años 2011 y 2012 para recordar la crítica situación que España atravesaba entonces. Allí, sin distinción de medios, encontramos titulares de prensa como: "España al borde del abismo", "La prima de riesgo supera los 600 puntos", "El déficit público sobrepasa el 9% del PIB", ? Y así, un largo etcétera de titulares que ofrecían la fotografía de un país en situación límite.

Sería bueno también analizar lo que en estos cuatro años ha sucedido en países vecinos como Grecia y Portugal, que en aquel momento vivían una situación parecida a la nuestra: la drástica reducción de las pensiones, la reducción de número y del salario de los funcionarios públicos, las colas en los cajeros griegos, o las restricciones para disponer de sus propios ahorros.

Y, hecho este ejercicio de repaso a la memoria reciente, se debe analizar la situación que hoy tenemos en España: hoy la economía crece al mayor ritmo de los países de la Unión Europea, la prima de riesgo está estabilizada en torno a los 100 puntos, el déficit público se ha reducido a la mitad, y la palabra rescate ha desaparecido de los titulares de prensa. Y entretanto, los colegios han seguido funcionando, los hospitales han seguido prestando una atención sanitaria de calidad, universal y gratuita, y los pensionistas ha mantenido, e incluso incrementado, su pensión.

Hace cuatro años en España se destruía empleo a razón de 1.500 empleos cada día, y hoy se crea empleo a una media que supera los 1.000 empleos diarios. Hace cuatro años, España era el principal problema de la Unión Europea, hoy es la principal referencia.

El mérito de este cambio de rumbo corresponde en primer lugar a los españoles que han tenido que soportar medidas duras, y a veces injustas, para salir del pozo en el que estábamos metidos y volver a la senda de la recuperación y del crecimiento. Faltan muchas cosas por hacer y, sobre todo, muchos empleos por recuperar, pero es evidente que estamos en el buen camino.

También creo que es justo reconocer la tarea que ha desarrollado el Gobierno encabezado por Mariano Rajoy, porque éramos los mismos españoles los que torpe y erróneamente dirigidos por Zapatero destruimos más de 3 millones de puestos de trabajo en sus últimos cuatro años, y contemplábamos con desesperación el hundimiento de nuestro país, hasta situarse al borde del abismo.

Creo que no es exagerado decir que el Gobierno del Partido Popular ha tenido que afrontar la más grave crisis económica de la historia reciente de España, y sé bien, que apara enderezar la situación ha tenido que adoptar medidas impopulares, medidas que iban en contra de sus deseos, e incluso, en contra de sus principios, pero que eran imprescindibles.

Hoy empezamos a ver el resultado y, pese a las dificultades que todavía persisten, afrontamos un horizonte con esperanza.

Aunque la campaña electoral aún no ha comenzado llevamos ya una larga temporada escuchando a la oposición criticar la gestión que aquí defiendo. Bienvenidas sean las críticas si se hacen con afán constructivo porque nos ayudarán a corregir los errores y a mejorar la gestión.

Pero, de la misma forma que aceptamos sus críticas, estoy seguro que ellos aceptarán de buen grado algunos comentarios a su labor crítica:

-No he escuchado ni una sola vez a Pedro Sánchez el menor atisbo de autocrítica, ni entonar ni un solo "mea culpa" por la gestión del Gobierno socialista, al que él mismo apoyó como diputado, por habernos conducido al abismo donde nos dejaron, y veo con inquietud su permanente "afán derogador": "Derogaré la reforma laboral", "Derogaré la ley de Educación", "derogaré ?", "derogaré ?". Pareciera que todo su proyecto consiste en derribar lo construido, y no es destruyendo como avanza un país.

-Otras voces claman por lo que ellos llaman viejos políticos y viejas políticas, y hacen una exaltación de lo nuevo y de lo joven, como si ser nuevo y joven fueran un valor en sí mismo. Olvidan que ser joven no constituye ningún mérito, pues la juventud es solo una etapa de la vida por la que todos transitamos, sin haber hecho nada por conseguirlo, y que todos abandonamos por mucho que nos resistamos a ello. De la misma forma, tampoco creo que carecer de experiencia sea un mérito a valorar. Me parece que todos preferimos que si han de operarnos, lo haga aquel médico que más ha operado, o si viajamos en autobús, preferimos a un conductor experimentado que a uno novel. Me parece, por tanto, que más hablar de vieja o nueva política, lo que deberíamos discernir es entre buena y mala política, entre política eficaz o ineficiente.

-Y también escuchamos las voces de aquellos que le dicen a la gente las cosas que les gusta oír, por más disparatadas que estas sean. No se si la dictadura venezolana, para quienes han trabajado y a cuyo líder ensalzan, sigue siendo su referente. Tampoco sabemos si el primer ministro griego, con quien hasta hace bien poco se abrazaban, es el modelo de gobernante que Pablo Iglesias pretende ser. Cualquiera de los dos modelos, Venezuela o Grecia, no me parecen los mejores ejemplos ni de democracia, ni de progreso.

Durante las próximas semanas los españoles recibiremos una avalancha de propuestas y será el momento de separar el grano de la paja.

(*) Senador del PP por Zamora