Me gusta entrar en los bancos, aprovechar sentado el tiempo de espera, fijarme en los eslóganes de propaganda, esa forma como las entidades de ahorro tratan de captar la atención y ganarse la voluntad de los clientes. "Para su día a día" es la fórmula del "Popular" de presentar sus productos: "Tenemos lo que usted necesita, dicen, pregúntenos". Para el día a día, me digo, sirve cualquiera, todo vale, se trata no más que de malvivir, de ir tirando. El "día a día" es la exigua esperanza que se ofrece en período de crisis, no más allá; pero cuando se mira hacia adelante, cuando lo que está en juego es el futuro, ya no vale cualquier cosa.

La viuda pobre que echaba sus céntimos en el cepillo del templo, "todo lo que tenía para vivir" en expresión de Jesús, es imagen y figura de tantos otros que también viven en el "día a día". Son quienes tiran de sus ahorros, reserva vital, todo aquello que guardaban como garantía de futuro; son los sin trabajo; son quienes piden por la calle. Por cierto, Santa Clara se ha vuelto a llenar de gente pidiendo. No son los mendigos de antaño, son gente en plenitud de vida y de fuerzas, que no aciertan, que han tirado la toalla. No saben pedir, ni lo intentan, la calle no es su lugar sencillamente porque hace nada se valían por sí mismos. Están ahí no ya para solucionar su situación, ni lo esperan, más que nada como acusación y denuncia de una sociedad que los ha dejado.

Hay, sí, otras pobrezas que se mitigan y hasta se palían y se ocultan en el círculo familiar; otras que solo las ven quienes como Jesús se colocan en el lugar preciso, saben mirar, aciertan a ver. Nuestras máquinas fotográficas no funcionan por sístole y diástole, no recogen ni calibran los sentimientos. La mirada intuitiva y observadora de Jesús es capaz de captar en su crudeza real el drama interior y la incomprensible generosidad de quien da incluso hasta lo que no tiene. Hay una contraposición sutil que maldita la gracia que nos hace a la gente de fe y de Iglesia y que tan bien ha sido aprovechada por los del laicismo imperante: los escribas y fariseos, hombres del templo, se aprovechan del culto y de las oraciones, la viuda pobre se empobrece más con su limosna y pone en peligro su vida. Esta es solo una lectura que está al alcance de cualquiera. Hay otra: Jesús valora la generosidad y confianza en Dios, tan propias en la casa de los pobres y menesterosos, tan escasa a veces en la de los ricos y sobrados. Pero sí, importa y mucho el lugar, esta mujer fue observada por Jesús en el templo, la casa de Dios, no en las dependencias de la prefectura, que es otra casa. "Hoy el mundo entero es una pobre casa y ¡tiene tanta necesidad de Dios!", decía el siempre recordado obispo Albino Luciani, posteriormente y por un mes tan solo Juan Pablo I.