No cabe duda de que el mejor plan económico de un partido hay que buscarlo bajo el epígrafe de Educación. Es aquí donde deberemos fijarnos con mayor ahínco cuando los programas electorales pretendan seducirnos de un modo u otro. La competitividad, la innovación, el propio progreso económico, los índices de empleo, la responsabilidad social y hasta la misma sanidad confluyen estructuralmente en esa raíz, de la que acaba brotando todo lo demás.

Todo esfuerzo en materia de educación permitirá levantar un tronco fuerte del que luego colgarán las demás ramas. Por ello, cuando nos anuncien que la mejor opción política sea una u otra, les animo a revisar con detalle aquellas propuestas de calado que se inscriban en el ámbito de la educación y, a partir de ahí, continuar con la lectura del resto de las ofertas y planteamientos. Solo mejorando la educación encontraremos el punto de inflexión entre una sociedad cortoplacista de la que no lo es. Igual que un programa electoral que anteponga la educación a cualquier otro concepto nos indicará si a ese partido le preocupa simplemente alcanzar el poder durante cuatro años o, por el contrario, piensa en las generaciones futuras.

Ese cambio de mentalidad pasa de manera indefectible por compromisos viables y serios en las áreas de la enseñanza y el conocimiento, desde una perspectiva universal, de calidad y de competitividad. Así, y no de otra forma, se mantendrán firmes todas las ramas con el paso del tiempo y no acabarán cayendo al suelo para ser pisadas por el pie del olvido. Créanme, el modelo económico y social, lo realmente sustancial, se comprueba desde la primera línea escrita que aparezca bajo el rótulo de Educación.