Me interesa considerar esta palabra en su acepción positiva. Como esa relación que podemos establecer entre las personas que voluntariamente colaboran en un proyecto, que participan en profundidad en la consecución de un fin. De los cómplices en la comisión de un delito, ya se ocupa el derecho y sus profesionales.

Nos resulta atractivo encontrar complicidad entre amigos o compañeros de trabajo. Nos parece romántico si esta aparece en los amantes y la encontramos emocionante cuando la detectamos en la educación. Que la maestra o el profesor haya conseguido complicidad en el trato con su alumnado es un gran mérito de las dos partes: docentes y discentes.

Estoy leyendo y releyendo, al tiempo, pues tanto me interesa: "Despertad al diplodocus". Es el último libro de José Antonio Marina, profesor, filósofo, pedagogo, divulgador? un hombre muy dinámico, también investigador del campo de la inteligencia y sus implicaciones con la neurología y la ética. Firme defensor de la necesidad de educar para la ciudadanía en escuelas e institutos. Comprometido, en todo caso, con la educación en nuestro país y, por ello, muy preocupado. Fruto de su implicación, nace el texto mencionado, que tiene un subtítulo con mucha enjundia: "Una conspiración educativa para transformar la escuela? y todo lo demás". Nos invita a reflexionar detenidamente sobre el sistema educativo español. Elabora una propuesta ilusionante para mejorarlo en cinco años, con una inversión del 5% del PIB, lo mismo que se invertía en educación antes de la crisis.

Soy de los profesores de instituto que no se resignan ante la frustrante realidad educativa. No me he acomodado nunca y hasta donde he podido llegar, me he movido para que en mis clases de Historia de la Filosofía, Ética o Ciudadanía se produjera el milagro: el interés del alumnado y la complicad aludida. Lo cierto es que las sucesivas leyes educativas han puesto todos los obstáculos imaginables para cumplir con éxito nuestra tarea docente. Vamos saliendo adelante por el abnegado esfuerzo de toda la comunidad educativa. Sobre todo del profesorado. Por eso me inquietan los titulares de los medios cuando anuncian que, según Marina, los maestros tendrán un sueldo acorde con la evolución de sus alumnos. Me parece una barbaridad tratar de esto, una incongruencia que desvía el foco de los acuciantes problemas de nuestro sistema educativo. Como la última ley, la Lomce, que nos pone en un escenario aún más comprometido que las anteriores. Fue aprobada sin contar con quieres trabajamos en los centros escolares y está inspirada en principios ajenos a los que debe aspirar la sociedad del aprendizaje. El Nobel de Economía Joseph Stiglitz lo dijo con claridad: "Lo que separa a los países desarrollados de los menos desarrollados no es una diferencia en recursos físicos, sino una diferencia en conocimientos. La principal riqueza que tiene una sociedad es su capacidad de aprender".

La mejora de la escuela supone actuar sobre todo lo que la rodea, sobre el contexto que influye en ella: la sociedad. Será necesario, dice el profesor Marina, iniciar un proceso de "complicidad irradiante" que permita crear redes poderosas que aporten la energía suficiente para afrontar los cambios educativos. Esa energía necesaria debería proceder, en primer lugar, del profesorado. Son varios los elementos implicados, pero las reformas que han tenido éxito se han basado en el compromiso de los docentes. Su fuerza no se la tiene que proporcionar una Ley de Autoridad del Profesorado, como creen algunos nefastos políticos, eso me parece irrelevante. El profesor se tiene que ganar el aprecio en el aula, frente a su alumnado. La autoridad le será reconocida demostrando amor por lo que enseña y ayudando, con paciencia y cariño, al aprendizaje de niños, niñas y adolescentes.

También las familias, la ciudad, la empresa y la propia administración del Estado son motores de la movilización educativa. Los cambios precisos para conseguir el objetivo de la sociedad del aprendizaje deberán ser propiciados por el Estado; el mercado, que postulan los economistas liberales, no tendrá capacidad para conseguirlo, como el mencionado Stiglitz demuestra. De ahí el reto que este país afronta con la convocatoria electoral del 20 de diciembre. Rajoy y las políticas de austeridad de su gobierno serían un obstáculo insalvable para el futuro del sistema educativo español. Han impuesto una reforma educativa nefasta, que urge detener en su incipiente implantación. Nos están gobernando ignorantes, que desprecian a los que saben. Se han rodeado de aduladores que no hacen otra cosa que soltar "grumos ideológicos", que diría Emilio Lledó, para impedir cualquier diálogo constructivo en el mundo de la educación.

Al lado de José Antonio Marina, les invito a "participar en una conspiración educativa, alegre, útil y éticamente deseable. Necesitamos mejorar la escuela, construir una sociedad del aprendizaje y crear el capital social necesario para salir de la selva, que está siempre a la vuelta de la esquina".