El año 2015 es un año de elecciones. A estas alturas, después de haber vivido los procesos electorales autonómicos en toda España, con los casos particulares de Andalucía y Cataluña, y con las elecciones generales a la vuelta de la esquina, parece absurdo recordarlo. Sin embargo, los candidatos se esfuerzan por hacer propuestas de futuro que movilicen a su electorado y que puedan ser claves en la conformación de las próximas legislaturas, como si los ciudadanos no supieran que, precisamente, estamos en año de elecciones. Una de las últimas propuestas la ha realizado Pedro Sánchez, secretario general y candidato del PSOE, al decir en TVE que su objetivo es "avanzar hacia instituciones laicas" y que su modelo es la República francesa. La propuesta de Pedro Sánchez esconde, sin embargo, una contradicción dentro de su propio programa electoral que merece ser clarificada.

El modelo republicano francés está construido en torno a una idea muy particular según la cual la República y sus valores tienen la primacía sobre lo que ocurre en la cosa pública, la "res publica" en latín. Aunque el resto de valores y actitudes, considerados perfectamente legítimos, pueden ser desarrollados en el espacio privado, le corresponde a la República decidir qué es lo que tiene derecho a ser expresado institucionalmente. Este modelo no solo implica que la religión queda fuera de las aulas y que el Estado apenas se relaciona con las distintas confesiones, sino que también supone la prohibición de utilizar las lenguas regionales en los espacios republicanos, la proclamación de una única nación, la francesa, la prohibición de las identificaciones religiosas en las instituciones, como el velo o las cruces al cuello, etc. Nos guste o no el modelo francés, hay que reconocerle su coherencia interna: no hay discriminación hacia nadie, sino que hay una sacralización de la République, cuyos principios son los únicos que pueden ser expresados institucionalmente.

El modelo de Pedro Sánchez, sin embargo, adolece de esta coherencia interna. Así, a la vez que propone una reforma federal que dé cabida a las sensibilidades territoriales, el líder socialista pretende expulsar del espacio público las sensibilidades religiosas. Si consideramos que España es un Estado plural y que debe profundizar en el reconocimiento de todas las sensibilidades, entonces la expulsión del hecho religioso solo puede entenderse como una marginación de las sensibilidades de millones de creyentes españoles, cristianos o de cualquier otra religión. Es clave explicar bien esto; la profundización en un Estado laico no significa una equiparación respecto al catolicismo de las confesiones que hasta ahora estuvieran infrarrepresentadas, sino que implica la deslegitimación pública del hecho religioso por motivos arbitrarios.

Conviene insistir en que el republicanismo "à la française" goza de una fuerte coherencia interna. Los colegios no incluyen la clase de religión porque enseñan los valores de la República francesa, ni tampoco la clase de bretón, porque enseñan la lengua de la República francesa. Este modelo puede no gustarnos, pero no se puede acusar a las leyes laicistas promulgadas por la III República a principios del siglo XX de ser meras ocurrencias arbitrarias, sino que muestran la primacía de una concepción nacional y política. Con su propuesta de federalismo, ya existente de facto, y laicismo, Sánchez pretende convertir a España en un país que reconoce todos los valores (lingüísticos, culturales, históricos) salvo los religiosos, imitando un modelo que, además, está viviendo una crisis profunda. No es de extrañar que ante la imposibilidad de desarrollarse como personas, los hijos de inmigrantes musulmanes que viven en Francia hayan reclamado un mayor reconocimiento religioso y cultural por parte de la República. Es más, los intelectuales que han defendido modelos estrictamente republicanos y que no escriben una línea fuera de la tradición francesa de los últimos dos siglos, han sido calificados como racistas y xenófobos por su negativa a aceptar todos aquellos postulados que no sean los de la tradición republicana. No parece probable que Pedro Sánchez pretenda defender una doctrina racista, ni que quiera imitar a Putin en una recentralización del Estado. Al contrario, parece que su espíritu se mueve buscando una mayor pluralidad en estos temas. El problema es que Francia, al imponer su modelo republicano, expulsó a todas las concepciones alternativas del espacio público, actuando como una auténtica religión política y convirtiendo a la ciudadanía francesa en "hija de la patria". Pedro Sánchez, sin embargo, con sus contradicciones, va camino de convertirnos en hijos de la arbitrariedad.

Rafael Martínez Rivas

(Zamora)