cuando en estas fechas veo a la gente comprar tantas flores, limpiar sepulturas y preguntar incesantemente que cuándo va hacer el responso en el cementerio, me surge la duda de si saben qué es lo que celebramos y qué es lo importante en estos días. Más allá de flores, velas y la tradicional visita al cementerio, están la eucaristía y el reconocimiento y vivencia de la fe en la comunión de los santos

La eucaristía es la actualización, es decir, que vuelva a ocurrir el sacrificio de Cristo, por el que somos salvados. En la eucaristía, los que peregrinamos aún en este mundo invocamos la ayuda de Dios, la intercesión de los santos y oramos por los difuntos. Ésta es la comunión de los santos: confiar en la intercesión de aquellos que por su vida evangélica han conseguido la corona de gloria que no se marchita y, a su vez, pedir para que aquellos que no la han recibido a causa de sus debilidades puedan un día gozar de ella, y nosotros ayudados por el ejemplo de los santos podamos un día gozar de su compañía. Reducir la celebración (o celebraciones contando con el día de los difuntos) de la comunión de los santos a flores, velas y unos minutos de silencio al lado del sepulcro de nuestros familiares, no es celebrar nuestra fe.

Tenemos que tomar conciencia de que la mejor flor que podemos ofrecer a nuestros difuntos es el Cuerpo de Cristo, la mejor vela su Sangre derramada para el perdón de los pecados, para la salvación de nuestros hermanos difuntos, y el mejor silencio es reconocer que nuestro cementerio es un lugar de oración, de recuerdo, no de olvido. Algunos de nuestros hermanos que reposan en el cementerio, habrán tenido una vida ejemplar y, terminada su peregrinación y perdonados sus pecados, están gozando de la compañía de los santos: son ellos también santos y los cuerpos que reposan allí son -por así decirlo- reliquias para nosotros. Aun cuando no sean santos, todos nuestros hermanos bautizados han recibido el Espíritu Santo y fueron consagrados por Dios: merecen todo nuestro respeto y oración.

Estos días son días para vivirlos desde la acción de gracias a Dios por todas aquellas personas que han pasado por nuestra vida y que han hecho realidad las bienaventuranzas: han sido felices y gozosos siguiendo a Cristo a pesar de las cruces de cada día, más aún, han hecho de las lágrimas, de la persecución, de la pobreza, etc., un motivo para continuar siendo fieles a Cristo.