Confieso abiertamente que no me gusta Halloween. Entre otras cosas porque no es una tradición española. Tanto miedo como ha tenido siempre un sector de la sociedad española de que los americanos nos colonizasen a través de las bases aéreas, y sin embargo con el apoyo de una inmensa mayoría, nos están colonizando a través de sus costumbres y sus propias tradiciones. ¿Qué diantres tiene que ver esa costumbre que encuentra arraigo entre los niños y jóvenes, con las costumbres españolas propias de estos días?

No quiero pensar que los profesores de colegios públicos, privados, concertados y sin concertar estén contribuyendo a afianzar Halloween entre nuestra grey joven. ¿Por qué no acuden a los clásicos? ¿Por qué no devuelven a Zorrilla lo que de Zorrilla es? Por qué no resucitan las Leyendas del Magistral Romero, algunas de ellas propias de estos días? ¿Por qué no se lee a don José María de Gabriel y Galán? ¿Por qué despreciamos lo nuestro y nos entregamos a lo de los otros?

Volver ahora sobre nuestros pasos debe ser un tanto difícil, pero no imposible a poco que se contara con la colaboración de todos. Yo me quedo con el gesto, ya repetido, de la Asociación Cultural La Tijera Teatro que dirige el inefable e incansable Indalecio Álvarez Campano. Con ese elenco de extraordinarios actores y actrices que no envidian para nada a lo más granado de la escena española. De la escena de antes, porque la escena de ahora también prefiere la costumbre americana.

De verdad, no puedo entender que se hagan propias costumbres y tradiciones que nada tienen que ver con el sentir de los españoles. Y que no me vengan con que se trata de una forma de abrirse a los demás. También lo podemos hacer sin renunciar a lo nuestro. Apueste lo que quiera a que cualquier crío si le pregunta sobre esta puñetera costumbre le cuenta todos los pormenores de "pe a pa". Pero, ande, háblele usted de don Juan Tenorio y doña Inés, contextualice la historia en estos días y ya verá cómo ni por esas.

Es culpa de todos. Pero, repito, también de quienes alientan estas costumbres en las guarderías y los colegios. Por los profesores tengo un respeto imponente que he reflejado en más de una ocasión en sendos artículos, defendiendo su integridad, ante brutales agresiones, defendiendo su necesidad y apelando al respeto imponente que se les debe. Y me mantengo en mis trece. Pero cuando veo que colaboran en la implantación de ciertas cuestiones que nos son ajenas, me rebelo. Si es que ni el nombre es español.

Con lo rico que es el acervo patrio y lo poco que tiramos de él para que no se pierda en los recovecos de la memoria individual y colectiva. No tenemos remedio ¿O sí? Repito, es cosa de todos. También de los medios de comunicación que han adoptado esta costumbre de la que, por cierto, los expertos avisan. Ciertas pinturas utilizadas para las caracterizaciones con peligrosas para la salud de la piel. Y la piel tiene una memoria que ni la de los elefantes. Quién sabe si, a lo mejor, a base de insistir, alguien, con dos dedos de frente, rectifica. La esperanza es lo último que se pierde.