Cerca del quiosco hay una cafetería en la que recala mucha gente después de comprar el periódico. Estoy hablando de las nueve de la mañana, cuando yo mismo, con mi ejemplar debajo del brazo, tomo asiento en la terraza acristalada del establecimiento, pido un té verde y empiezo su lectura. Desde mi mesa observo los movimientos de los otros lectores. Hay quién echa un vistazo al sumario, como el que prepara los jugos gástricos al repasar el menú, y quien le da la vuelta y empieza directamente por la última. Hay quien va al editorial, a las cartas al director, a la sección de cultura y hay quien lee el diario siguiendo el itinerario que le propone el editor (empezando por el principio y terminando por el final).

En todo caso, advierte uno, atrincherado detrás de su propio papel, que no solo se lee el periódico para saber qué ha pasado. Lo que ha pasado lo sabemos de sobra y con independencia de nuestra voluntad. Vivimos asaeteados por lo que ha pasado, incluso por lo que va a pasar. Desde que te levantas hasta que te acuestas tu cerebro, además de ser atravesado por miles de millones de neutrinos, recibe cientos de impactos informativos procedentes de la radio, la tele, la cuenta de Twitter, el correo electrónico o las llamadas telefónicas de tu madre. Eso sin contar con la información o desinformación de las vallas publicitarias del metro, de los adhesivos del autobús y de la cartelería en general que inunda las calles. Lo sabemos o lo desabemos todo, según, de modo que a estas alturas no leemos los periódicos de papel para informarnos ni para desinformarnos, sino para darnos gusto.

Quizá a usted no le interese lo que ocurre estos días en Argentina, pero si tropieza con una crónica bien escrita, la lee. Como efecto secundario, se informa. Significa que los lectores de periódicos de papel que van quedando sienten, leyéndolos, un placer que se parece mucho al de la lectura creativa, aquella que implica una forma de interactuación con lo que se lee. No creo que leer la prensa en Internet proporcione este tipo de gozo. A Internet se acude sobre todo en busca de titulares o flashes. No deja de ser curioso que el medio más aparentemente interactivo sea el que menos movimientos mentales genere.