Sobre la actuación de la Organización Mundial de la Salud, la OMS, han recaído en los últimos tiempos numerosas críticas acusando al organismo internacional de originar entre las poblaciones estados de alarma que, a la hora de la verdad, no han guardado correspondencia con la realidad. Claro que en esto de la salud, como en todo, más vale prevenir que curar, pero tampoco hay que pasarse. El éxito de la cruzada contra el tabaco fue un punto de inflexión, pero igualmente han abundado los fallos y los sustos, como el de la gripe asiática, que por suerte quedó en nada, lo que ha originado denuncias de falta de rigor y responsabilidad en sus determinaciones y recomendaciones universales.

A España, donde el asunto de las vacas locas no hace tantos años, puso un cierto foco en el consumo de carne, llega ahora, lo mismo que a todo el mundo, la gran alarma que ha motivado el hecho de que la OMS declare potencialmente cancerígeno el consumo de carnes procesadas y la carne roja, que pueden causar cáncer de colon. Alarma en el ámbito sanitario, en la industria cárnica, en el sector ganadero, en la gran distribución alimentaria, y sobre todo en la gente. Porque a ver quién no come hamburguesas aunque sea de vez en cuando, y salchichas de esas como plastificadas, y un buen chuletón a la brasa o la típica barbacoa en verano. Pero es que hay más, porque según la definición que se hace de carne procesada por parte de la organización que vela por la salud del mundo, resulta que el mismo peligro del que advierten se localiza en los embutidos: en el chorizo, en el jamón, por muy ibérico que pueda ser y en toda la ancha variedad de estos productos tradicionales que se llevan comiendo siglos.

Las reacciones no se han hecho esperar y desde luego que van a seguir haciéndose públicas en los próximos días. Y no solo en España, por supuesto, sino en cualquier país donde el consumo de carne, de cualquier tipo de carnes, es habitual, además de necesario. La OMS, con esto, ha removido importantes intereses económicos básicos. En los pueblos, se ha hecho siempre la matanza del cerdo para mantener llena la despensa durante un año. Y siempre ha habido en ellos ancianos que comían chorizo y fumaban sin preocupaciones. La ganadería a pie de prado, por su parte, sufre una larga situación decadente que apenas si da para compensar mínimamente el gran trabajo que supone su mantenimiento. Y ahora se salen con esta advertencia, aunque los riesgos, estadísticamente, como están replicando muchos especialistas, supongan un riesgo muy escaso y lejano, nunca generalizable, por más que si se leen las etiquetas de comestibles precocinados no deje de sentirse un cierto repelús ante la cantidad de aditivos, de extraños nombres químicos, que se añaden. Pero lo que no mata engorda, como asegura el viejo dicho.

Lo más prudente y sensato, como ha afirmado el ministro de Sanidad, es consumir con moderación, o más moderación, aquello sobre lo que se alerta y combinándolo asiduamente con productos naturales cocinados con métodos naturales. Habrá que ver si desciende la venta de precocinados y embutidos. Alarmismo, no, para nada, aunque el aviso pueda servir como toque de atención.