Anda Rajoy queriendo calmar el desasosiego de los suyos -el desasosiego de Rajoy va por dentro, hay que suponer- y según se ha publicado ha prometido a sus dirigentes que el PP conseguirá no menos de 150 escaños con los cuales podrá gobernar en solitario si Ciudadanos apoya su investidura. No se sabe la credibilidad que el presidente pueda tener entre sus equipos de trabajo, pero como tenga la misma que ante todos los españoles, seguro que les ha dejado más inquietos todavía y con más nervios, lo que les hará acelerar todos los recursos a tope. Tanto, que en Cataluña han decidido ahora quedarse quietecitos hasta después de las elecciones no vaya a ser que a Rajoy, para ganar votos, se le vaya a ocurrir, en una de sus famosas ocurrencias, decretar ahora la suspensión de la autonomía de aquella región.

Porque es obvio que el presidente del PP y del Gobierno tampoco podrá cumplir, caso de existir, tal promesa interna, igual que no cumplió ninguna de las promesas que hizo a los españoles hace cuatro años, un desprecio que no se ha olvidado y por el que va a tener que pagar una muy cara factura en votos y en escaños. Prometió que no tocaría los salarios y congeló los sueldos; prometió que no tocaría las pensiones y las dejó igual; prometió que no subiría los impuestos y los subió; prometió que adelgazaría las administraciones públicas y metió en ellas a una legión de parientes y enchufados que se cuentan por miles; prometió austeridad? y la cumplió pero no para la clase política sino para el común de la sociedad que sufre los efectos de los ahorros en materias como la sanidad y la educación; prometió empleo y sigue habiendo casi los mismos parados que antes; prometió luchar contra la corrupción y ha sido la legislatura en la que más corrupción se ha descubierto; prometió recuperar la economía, y la deuda pública bate récords en España. ¿Quién cree en las promesas de Rajoy?

Lo de los 150 escaños que vaticina a su entorno, recuerda demasiado a las vísperas electorales de 1982 cuando UCD, en plena descomposición, aseguraba a lo que creía su fiel electorado que seguiría gobernando aunque fuese en coalición con la AP de Fraga, el PP actual. El cambio estaba en el ambiente y todos veían el desastre que se avecinaba, todos menos ellos. Ahora, los ministros riñen entre sí, la presidenta del partido en el País Vasco da la espantada, y las salpicaduras de corrupción son constantes según van avanzando las investigaciones judiciales y los Bárcenas, Correa, Granados y demás siguen haciendo declaraciones en los juzgados o en los medios. El año próximo, y sea el que sea el partido que gobierne, los escándalos de Gürtel y los papeles del extesorero volverán a resurgir en el juicio que, por fin, se celebrará y que tan directamente atañe a Rajoy y a su partido.

Fracasada, como era lógico y por razones obvias, la rancia fórmula del PP o el caos en las municipales y autonómicas, es curioso observar cómo todavía algunos siguen usándola, o sus variantes, de cara a las generales, como el zamorano Maíllo, vicesecretario nacional, que afirma que el partido que gobierna es la única esperanza de los cuatro millones de parados. Pero eso sí: no lo promete.