Parece una buena idea, pero, lo cierto es que es algo más propio de Alicia en el País de las Maravillas que de otra cosa. Porque pensar que los universitarios, después de hacer el botellón, podrían estar dispuestos a ejercer de basureros recogiendo los desechos que ellos mismos han generado, es algo tan onírico como pensar que los banqueros fueran a visitar a los chabolistas los fines de semana.

Eso es lo último que se le ha ocurrido a la señora Carmena, la voluntariosa alcaldesa de Madrid, para tratar de convencer a determinados universitarios -los más incívicos- de que no se han portado bien. Y no es que no fuera deseable, sino que, de la misma manera, habría que convencer también a los diputados de que recapacitaran sobre si son o no justas las leyes que aprueban, o a determinados alcaldes y ministros, de que hicieran examen de conciencia sobre sus devaneos con la prevaricación, o el cohecho, y con la clase política en general, en lo que respecta al uso y abuso de sus cargos, carguitos o cargazos.

Vamos, que si fuéramos todos querubines o primos del arcángel san Gabriel, pues sería otra cosa, y la delirante idea de Carmena podría verse de otra manera. Pero resulta que vivimos alejados de la santidad, más bien junto al precipicio del egoísmo y de esa envidia que no nos deja ver la viga en el ojo propio. Y es que ni en la ciudad de Madrid, ni en ninguna otra, abundan los ascetas, más bien proliferan las personas de carne y hueso, con sus virtudes y sus defectos, con mayor abundancia de estos últimos. Desafortunadamente, la cosa es así, y tratar de imaginarse otro panorama no deja de ser un mero anhelo, una quimera, un canto a lo imposible.

Claro que no es esa la única ocurrencia que ha pasado por la cabeza de la utópica alcaldesa, porque, en la recámara, tiene la idea de regalar ceniceros a quienes ensucien la calle con las colillas de sus cigarros (en contraposición con la decisión de la alcaldesa de París, gaditana de nacimiento, que ha decidido multar esa misma acción con 68 euros). Le bastaría a Carmena con preguntar al Ayuntamiento de Zamora, por el fracasado esfuerzo de regalar todas las Semanas Santas miles de "pepiteros" con el sano propósito de que no se ensucien las calles.

Bastaría fijar la atención en cómo se ha conseguido poner orden en las carreteras para ver una de las posibles formas de desfacer entuertos. De no ser por el miedo a ser multados, la circulación en nuestro país no solo sería caótica, sino que salir de viaje sería algo tan peligroso como enfrentarse a una manada de búfalos en las praderas de Minnesota. Podría ser esta, la de la multas, una fórmula para tratar de convencer a los menos respetuosos sin tener que leer a Tagore o tocar las campanitas de los Hare Krishnas, como parece insinuar la señora Carmena.

Sobre la promesa de hacer desaparecer mugre y pintadas de las calles y edificios de Madrid, veremos que sorpresa tiene preparada, ya que, desafortunadamente, no se conoce un solo caso en el que se haya resuelto tal problema a base de juegos florales, o dando besos en la boca a vándalos y gamberros, como tampoco mirando para otro lado. Con toda seguridad que ha debido ser de otra manera. Bastaría con preguntárselo a ayuntamientos como los de Salamanca, Oviedo o Alcalá de Henares que hacen que brillen como la patena sus ciudades -al menos en el casco urbano y los circuitos turísticos- en contraposición con otras capitales, como Madrid y Zamora, ejemplos de la suciedad y el abandono.

Ya se sabe que quien así llega a opinar de estos temas se separa peligrosamente de lo políticamente correcto, pero esa es una de las escasas ventajas que tienen los ciudadanos que no viven de la política: que pueden decir lo que piensan, como también que están dispuestos a admitir soluciones alternativas a las suyas.