El jueves fue un día histórico para Zamora. Tras años y años de espera, por fin llegó un sucedáneo de AVE a la capital. Aunque el viaje solo era una prueba técnica, todo el mundo ha entendido que el aterrizaje de la ministra de Fomento, Ana Pastor, en la remozada estación de ferrocarril significa un antes y un después en la vida cotidiana de los zamoranos. Nuestros problemas, que son interminables, se solucionarán en un santiamén. Que tiemblen esos escribientes, conferenciantes o tertulianos: ¿de qué van a discutir en sus columnas, foros y espacios de opinión? Se les ha acabado la munición con la que atacaban a los Gobiernos de turno. A partir de ahora nadie hablará de la pérdida de población, de si escasean las iniciativas de empleo, de si los turistas que llegan a estas tierras son poco numerosos o de si los jóvenes tienen que buscarse las habichuelas en otras latitudes.

El sucedáneo de AVE habrá conseguido un milagro, o casi: cambiar el sino de Zamora. Estábamos condenados al olvido, a la insignificancia y al retraso perpetuo; sin embargo, hete aquí que, de golpe y porrazo, unas nuevas vías de ferrocarril y un tren que circula a 200 kilómetros por hora habrán hecho mucho más por el futuro de estas tierras que cientos de planes, proyectos o programas de desarrollo durante los últimos cien años. ¡Qué paradoja! Decenas de expertos estudiando, analizando y escribiendo sobre los orígenes de nuestros problemas y nadie había caído en la cuenta de que el retraso en la llegada del AVE era la causa principal que explicaba todos nuestros males y padecimientos. Según parece, todos los especialistas se habían equivocado cuando nos contaban que los males de Zamora eran estructurales. Pues no. Las cosas, según dicen los nuevos entendidos en estos asuntos, eran mucho más simples y sencillas: la culpa era del AVE, o, más bien, de quienes impedían o no habían luchado suficientemente para que llegara a Zamora cuanto antes.

Y esto no ha hecho más que empezar. Cuando en 2018 el AVE de verdad cruce la provincia, entonces Zamora será mucho más irreconocible que ahora. Parafraseando la célebre frase que acuñó en su día aquel viejo socialista andaluz al referirse a la madre patria, a Zamora no la va a reconocer ni la madre que la parió. Habremos entrado por fin en el club de las provincias afortunadas, esas que vienen disfrutando ya de las bondades de una infraestructura de última generación: Segovia, Valladolid, Ciudad Real, Córdoba, Zaragoza, Lleida, Valencia, Alicante, Málaga, Sevilla, A Coruña o Vigo. Estamos a un pelo de cruzar el umbral de la puerta del desarrollo económico y social. ¡Cuán afortunados somos quienes estamos viviendo de cerca esta experiencia histórica! Nunca pensé que mis ojos contemplarían un espectáculo semejante. Si antes sacaba pecho por estas tierras, a partir de ahora sacaré pecho, espalda o lo que haga falta. Y todo gracias al sucedáneo de AVE que el pasado jueves llegó a la vieja, aunque remozada, estación del ferrocarril de Zamora.