Me encantan algunos de los concursos más emblemáticos de las teles patrias. Concursos en los que la cultura y el ingenio son el eje en torno al que giran esos espacios que, además, cuentan con el beneplácito de buen número de espectadores. El mejor, sin duda, "Saber y Ganar". También soy seguidora, cuando puedo, de "Pasapalabra". Es otro concepto distinto pero me confieso seguidora circunstancial del programa que presenta Christian Gálvez.

Precisamente a ese programa quiero ir a parar. A la participación de cantantes, actores, actrices y esporádicamente presentadores que, supuestamente, arropan a los dos concursantes que se enfrentan en ese duelo hecho de palabras. Se supone que los invitados de lujo están ahí para ayudar al concursante. La mayoría de ellos, efectivamente les ayuda, pero es a caer. Es vergonzoso comprobar un programa sí y otro también el grado de incultura de aquellos que en algaradas reivindicativas, sobre todo contra el Gobierno de turno, están todo el santo día arremetiendo contra la forma gubernamental de dirigir la cultura en España. A lo mejor es que ellos son producto de los fracasos obtenidos por los distintos gobiernos en materia tal.

Es vergonzoso comprobar las pocas salidas que algunos y algunas tienen. Carencias que tratan de disfrazar con chistes, con gracias, con bromas, con reclamos de todo tipo que no sirven para distraer la atención del espectador sobre la ignorancia que les aqueja. Es tan evidente. Es incomprensible que gente del cine y sobre todo del teatro, gente que interpreta a los clásicos, demuestre la ignorancia supina que demuestran la mayoría de los invitados a esa mesa de la palabra.

Cuando alguno brilla, porque la excepción confirma la bochornosa regla del programa, es como para festejarlo. Es como para gritar ¡albricias! Uno entre mil, de acuerdo, pero es verdad que con un solo justo se hubieran salvado del fuego Sodoma y Gomorra. No se puede llegar precedido de un nombre que brilla en las luminarias del cine o de pertenencia a una saga familiar de relevancia y demostrar la incapacidad que algunos demuestran, como si solo con el apellido consiguieran una especie de bula del público al que tantas veces se subestima.

La amada y nunca bien ponderada casta de actores y cantantes patrios haciendo el ridículo de la forma que lo hacen la mayoría de los que acuden al programa. Venderán bien aquello que en esos momentos se encuentran haciendo en teatro, cine o televisión, contarlo en un programa de audiencia es una publicidad gratuita impagable, pero ellos y ellas quedan a la altura del betún. Un betún que ni para el calzado sirve porque es de muy baja calidad y podría agrietar el brillo cultural del concursante.

No sé cómo algunos y algunas se prestan al bochorno. ¡Es que no dan una! Y la que dan es cuando se ha pasado el tiempo.