Naturalmente, aún se sigue comentando el debate televisado entre el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, y el de Podemos, Pablo Iglesias. Gratamente, porque el formato llevó un aire nuevo a los espectadores, acostumbrados a los rígidos, encorsetados y cocinados cara a cara de anteriores épocas electorales. Como un aire nuevo aportaron sus protagonistas, todos, incluido el presentador, que a veces hacía también de entrevistador, y el ambiente que servía de escenario al programa.

Las impresiones y las opiniones se disparan estos días, unas a favor de Ciudadanos, otros a favor de Podemos, y otras más generales a favor o en contra de los dos jóvenes políticos que ambicionan gobernar el país y hacer que las cosas cambien, que llegue a la política la honradez y la eficacia, o sea la regeneración democrática, lo más urgente para el país. Y como cabía esperar a los únicos que no ha gustado el debate ha sido a los del bipartidismo, a los del PP y el PSOE. Fundamentalmente por algo que resulta evidente: que los dos, Rivera e Iglesias, están capacitados para gobernar si los electores así lo decidiesen.

Para el PP, saliéndose por la tangente, lo que los dos líderes emergentes persiguen es pasar a ser el ayudante de Pedro Sánchez. No deja de ser un análisis agudo, pero pone de relieve una vez más el pánico de Rajoy y los suyos ante la posible coalición postelectoral PSOE-Ciudadanos. Tampoco los socialistas han estado muy afortunados al declarar uno de sus dirigentes que el pagar con dinero negro inhabilita políticamente tanto a Rivera como a Iglesias, algo que es de pura risa. A ver quién no ha pagado en negro en este país, entre otras razones porque es casi imposible no hacerlo. Y que además presuman de ello los dos partidos más investigados por presuntas financiaciones ilegales, y los que con más corruptos cuentan en sus filas, es ya el colmo del cinismo con que se manejan y expresan.

Lo del dinero negro ha servido para que algunos se lancen al cuello de los protagonistas de un debate que puede que enfatice también cierta inmadurez política de ambos aspirantes a presidentes del Gobierno de la nación, pero sin que ello les descalifique, pues la misma experiencia, ninguna, tenía Felipe González cuando llegó a La Moncloa y modernizó el país. En el debate, nadie destacó por encima del otro, como ya se ha comentado aquí, y cada uno, con sus ideas, mantuvo el tipo sin perder los papeles, tanto que al final Iglesias, dadas las coincidencias observadas en sus programas, señalaba en broma que iban a tener que presentarse juntos. Puede que más fresco y con más reflejos Rivera pero ello le llevaba a interrumpir a su interlocutor en el uso de la palabra. Hubiese ganado a los puntos pero por poco.

Desde sus distintas posturas, Podemos a la izquierda-izquierda con ideas radicales y utópicas, y Ciudadanos en el centroderecha, con un programa más realista y actual, en algunos asuntos estuvieron de acuerdo y en otros no. Por ejemplo, en cuanto a subir las pensiones según el IPC y dejar la edad de jubilación en 65 años, que Iglesias rebajaría a 63. Actitudes muy distintas, sin embargo, en cuanto a los servicios básicos y su mantenimiento. Pero, en general, políticas y líderes nuevos, distintos: el cambio.