casi a diario se tributan en el mundo homenajes a personas que se han distinguido por algún motivo. Recorriendo ciudades de relativa importancia se contemplan monumentos que quisieron significar un homenaje a algún personaje. Y algunas personas han sido tan célebres que sus recordatorios proliferan en distintas capitales; algunas han merecido que su representación estatuaria se vea en muchos lugares del mundo: su bien hacer benefició, incluso, al mundo entero. Un Cervantes, que escribió en español, ha iluminado con su Quijote multitud de países; y estos países se han preocupado de que su memoria pueda reavivarse cada día en la capital del estado. Hay capitales que en cada plaza nos ofrecen la representación de un personaje que honró al país entero con una gesta memorable. Nuestra capital, la ciudad de Madrid, está llena de estos monumentos que ensalzan a los hijos de España; y también a algunos personajes que no fueron españoles; pero con su trabajo beneficiaron a los españoles de entonces y de siempre.

Y bien está que el siglo actual y los venideros, así como algunos anteriores, bendigan la memoria de aquellos hombres. No podemos olvidar a un Quevedo, a un Benavente, a un Carlos III, a tantos y tantos antepasados cuyas efigies adornan plazas de la coronada villa; nos satisface unir el nombre de España en una plaza, en la plaza quizá más concurrida de Madrid, con la representación de don Quijote y Sancho, protagonistas de la obra colosal de Cervantes.

Pero a mí me resulta un poco inútil que los homenajes, tan frecuentes, se dediquen a personas que ya no disfrutan de ellos porque pasaron el umbral de la muerte. El homenajeado no disfruta del galardón que le rinde el público del reconocido país. Es algo parecido al derecho de la propiedad intelectual que ampara a los sucesores herederos de aquel cuyo intelecto produjo la obra valiosa. Supongo que los descendientes de Miguel de Cervantes, en el tiempo de un siglo posterior a su vida, disfrutarían de los monumentos de cualquier clase dedicados a la memoria del escritor; igualmente los hijos de cualquier otro homenajeado; pero el personaje a quien se dedicó el monumento cuando ya había desaparecido de la tierra no gozó nunca del resultado de su hazaña. Tal vez -como ha ocurrido con muchos de nuestros paisanos homenajeados- arrastraron una vida llena de dificultades y estrecheces económicas, porque no se les reconoció su mérito hasta que un homenaje póstumo reconoció su grandeza.

Hace nada se inauguró curso académico en el instituto "Santísima Trinidad" de la muy noble ciudad de Baeza. El Muy Ilustre Claustro de Profesores de aquella institución centenaria acordó conceder la medalla de oro del instituto a los profesores que se distinguieron en sus tareas en beneficio del centro y de la ciudad que lo alberga desde 1875 como instituto del Estado. Y me cabe el honor de que la propuesta del director, mi antiguo alumno Rogelio Chicharro Chamorro, fuera acogida con entusiasmo a favor de mi nombre por el resto de alumnos míos que me aguantaron en clase hacía más de 35 años y que animaron a aceptar al nominado a los actuales profesores que no recibieron mis enseñanzas. El preciado trofeo se ha concedido también a mi compañero Adelino Santos Miguélez. Y antes a don Francisco Ruiz y a don Juan Higueras Maldonado.

¡Este sí que es un homenaje para el interesado! Es inenarrable la satisfacción con que veo a diario en mi humilde despacho la medalla de oro del que fue mi instituto, acomodada para poder colgarla y lucirla orgulloso, colocadita en la caja abierta, como estaba cuando me la entregaron. A mi vista está patente el sencillo, pero valioso, homenaje que rindió el noble, cuanto agradecido, Ilmo. Claustro de Profesores del Instituto "Santísima Trinidad" a mi pobre tarea de docente allí durante doce cursos. Con tal homenaje premiaron mis doce años de tarea docente en el centro, acompañamiento por toda España en sus excursiones de Fin de Curso y trabajos en todo cuanto la ilustre ciudad tuvo a bien encomendarme. Me sentiré homenajeado, y a mucha honra, durante los años que me dure la que supongo corta vida.