De vez en cuando y tengo para mí que también de cuando en vez, hay que desengrasar de tanta política, tanta parafernalia independentista y tanta gaita y sumergirse en el mundo de la nada, ese en el que habitan personajes que son pasto del cuché y que gracias a él, a la publicidad que les proporcionan y al contante y sonante que les ingresan en las cuentas corrientes, viven como auténticos pachás, invitados de todos y a todo acontecimiento del orbe de la frivolidad que se precie.

Que Isabel Preysler ha enganchado bien enganchado a Mario Vargas Llosa, quien ha confesado que es la mujer de su vida, me parece muy bien, sobre todo porque se ha descubierto que no rompió un matrimonio que ya estaba roto. Patricia Llosa es de armas tomar. Durísima, tajante cuando de negociar la presentación de un libro de su exmarido se trata, siempre que ella considerara que el foro anfitrión no tenía la suficiente categoría para acoger a su marido o que no iba a repercutir económicamente en la cuenta corriente de ambos. ¡Que me lo digan a mí!

La Preysler, ya viuda de Boyer, se podía permitir el lujo de enamorarse, o eso dicen para disfrazar los matrimonios por interés que suelen hacer algunas celebritys y, claro, no se iba a enamorar del fontanero de Villa Meona o del jardinero de la misma villa o del profesor de autoescuela de su hija Tamara. Los apellidos sin glamour, sin brillo a ser posible internacional y sin el necesario potencial económico que les permita llevar la vida regalada que llevan, no interesan a señoras como la Prysler y otras como ella envasadas al vacío que han hecho de las operaciones de estética y de plástica sus aliados más fervientes. Su apariencia física no se debe a pacto alguno con el diablo. Se debe al pacto que mantienen con el bisturí. Mi amigo Manolo, pintor de profesión, que ve a la Preysler como una mujer con potencial, se hizo ilusiones, pero como él mismo me dijo: "llamarse López, Rodríguez o Pérez, salvo que ambos vayan unidos por medio de una preposición o una conjunción a otro con más ringo-rango no es lo mismo".

Lo que me da verdadera pena es que en las publicaciones donde se derrocha ironía y buen humor todo un Nobel de literatura, con nombre y renombre, haya pasado a ser, simplemente, el señor Preysler. O que cuando a ellos se refieren los llamen "señores Preysler". A ver si ahora va a resultar que la filipina es más conocida mundialmente que el autor de "Pantaleón y las visitadoras". Es penoso que el peruano se deje comer terreno por la filipina. Pero, ¡ay, amigo!, el amor es ciego y este hombre parece dispuesto a pasar por todo y de todos por el amor de una mujer, que dicho así suena a vieja canción de los setenta.

Qué bien sabe elegir la Preysler. No se equivoca nunca y cuando lo hace, con divorciarse a buen precio, al cabo de la calle.