Las hermanas carmelitas nos han abandonado, ellas han cerrado el viejo refrán, no hay dos sin tres; nos han acompañado un poquito más del medio siglo y ya están en las páginas de la historia de nuestra ciudad para siempre. Algo se pierde, cuando algo se va no solo es lo de fuera, lo que se ve, es eso de dentro que marca tanto, no es el vestido lo que nos define, sino algo interior. Como antes perdimos a aquellas que cuidaban y sostenían ese monumento único e inconfundible de la Magdalena, aquellas Siervas de María que constituían una más de esas reservas espirituales que animan, ayudan y fortalecen cuando el ánimo cae desplomado y estaban siempre dispuestas a esa ayuda firme cuando se las necesitaba. Hoy el silencio es el testimonio que nos queda, solo roto cuando el murmullo de los visitantes se sorprenden de lo que están viendo y siguen muy atentos esas magníficas explicaciones de nuestras guías, mientras el silencio de las siervas parece estar esperando volver, salimos y nos vamos Rúa adelante. Nada más salvar las Infantas y San Isidoro nos sentimos un tanto fríos ante el silencio de las concepcionistas, solo roto de cuando en cuando por el sonido de alguna piedrecita que golpea tímidamente las ruinas de enfrente, pero quizá muy pronto, dado que las ruinas también se contagian, tengamos que volver a recordar estas tristes memorias.

Es noticia la marcha de nuestra ciudad de las religiosas carmelitas, y en esa noticia surgen multitud de detalles que cargan unas tintas un tanto negras y nos dejan un dolor difícil de explicar.