Uno de los más fascinantes relatos de Thomas Mann es el titulado "Mario y el mago", que tiene como protagonista a un mago de feria, un cínico hipnotizador llamado "cavaliere Cipolla", y en el que algunos quisieron ver una metáfora del fascismo, aunque el propio autor no avalara en su día esa interpretación.

Al ver los juegos de prestidigitación a los que tan aficionado es el presidente de la Generalitat catalana y la aparente facilidad con la que parece haber embaucado a un pueblo, por lo menos a una parte muy significativa del mismo, no he evitado pensar en esa genial creación del Nobel alemán.

Mago o trilero, el honorable Artur Mas ha conseguido lo imposible: hacer olvidar la corrupción de su partido, el desastre que para la sociedad, y sobre todo para los más débiles, han sido sus años al frente del gobierno de esa comunidad, para unirlos a todos en una especie de "peronismo" a la catalana.

El peronismo, como se sabe, no es de izquierdas ni de derechas, niega la lucha de clases y ensalza al líder como encarnación de la voluntad de un pueblo, que solo ese conoce y es capaz de interpretar. De aquel, oportunamente envuelto en la bandera, emana la única verdad.

Pero no puede culparse únicamente al presidente de la Generalitat de que haya conseguido lo que hasta hace poco parecía imposible: aunar tras de sí a una parte significativa de la sociedad catalana y enfrentarla no solo al Gobierno central, sino a España, aprovechando todos los resortes a su servicio, medios de comunicación incluidos.

El prestidigitador catalán ha logrado desviar la atención de su propio fracaso poniendo hábilmente el foco en los continuos errores de un gobierno como el del Partido Popular que no ha dejado un momento de pecar de prepotencia en relación con Cataluña como ha hecho en su relación con el resto de las fuerzas políticas.

Los futuros historiadores tendrán ocasión de analizar no solo la ingenuidad política del anterior presidente del gobierno socialista sino la irresponsable incapacidad de su sucesor en el palacio de la Moncloa para gestionar un problema que su inacción, su torpeza y sus continuos errores no han hecho sino agravar.

Se ha utilizado una y otra vez en los medios la metáfora del choque de trenes como si ambos trenes, el catalán y el español, estuviesen en movimiento, cuando lo cierto es que este último, al menos en lo político, ha estado parado, con el maquinista fumándose un puro, sin salir de la estación.

En lugar de obstinarse en un tancredismo tan inútil como suicida, unos líderes mínimamente responsables deberían haber intentado desactivar con argumentos el victimismo catalán, tan hábilmente explotado por Mas, antes de que las cosas fueran a mayores, como ha terminado ocurriendo.

¿Es que no había vida inteligente en el Partido Popular? ¿No había nadie con la suficiente valentía para decirle en la cara a su líder que se echase de una vez a un lado y dejara que algún otro tomara el relevo antes de que fuese demasiado tarde?

Lo realmente grave es que no se trata ya de un problema solo de ese partido, sino de todo el país, del conjunto de sus ciudadanos, que deberían tener por fin derecho a unos gobernantes con mayor generosidad y amplitud de miras que los que nos ha tocado soportar.