Según el famoso principio de Peter, en cualquier organización jerarquizada todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia. Esto, válido para cualquier caso, tiene seguramente su máxima expresión en el mundo de los partidos políticos. Cualquiera sirve para cualquier cosa, y como encima se juega con dinero público, con el dinero de los contribuyentes, si la experiencia sale mal, pues no pasa nada de nada. Por supuesto que en el ámbito de la empresa -privada, por supuesto- el asunto es bien distinto, exigiéndose responsabilidades profesionales y económicas y despidiendo al culpable.

En la política, no, claro y el incompetente, siempre que sepa hacer la pelota a los jefes, sigue y sigue, en un cargo o en otro. Incluso se dan casos, y hay muchos recientes y cercanos, de cómo las incompetencias manifiestas no ya no se castigan, sino que se premian. El PP es un maestro en eso, pero allá ellos, así les van las cosas, que están cada vez peor de los nervios. De otro modo, y pese al susto que tienen encima con Ciudadanos, no se explica la nueva ocurrencia de Rajoy diciendo que los españoles no quieren amateurs de la política, meros aficionados que nunca garantizan estabilidad. Que percepción de la situación precisamente cuando la gente está más que harta de los vividores de la política, de la que han hecho la profesión por excelencia, y lo que quiere precisamente es el cambio total, dar paso a una nueva generación de políticos competentes y honrados a carta cabal. Más de un 60 por ciento desea, y obrará en consecuencia ante las urnas, que ni PP ni PSOE puedan gobernar ya el año que viene.

Pero no es solo Rajoy, porque ahí está Montoro pidiendo silencio a Aznar, y la líder del PP vasco dimitiendo del cargo y la diputada Álvarez de Toledo escribiendo en una carta pública que no volverá mientras el partido no se renueve, empezando por el actual presidente, y alguien de la cúpula exigiendo simpatía y cercanía a sus cargos públicos. A buenas horas. Ni aunque salgan dando besos y abrazos por la calle y no solo a los niños. En las encuestas se conceptúa al PP como el partido más antipático y con mayor rechazo. Así que solo queda arremeter contra todo lo que se mueva, usar todos los recursos del poder sean éticos o no lo sean, resistir y esperar el milagro, que es posible, y mucho, claro que lo es.

Los de Rivera, tranquilos. Tienen una estrategia y la están desarrollando. Ya no son solo el báculo del PP y empiezan a manejar los resortes de los que disponen. Ciudadanos, en un guiño inteligente, inicia su precampaña en Ávila, la cuna de Adolfo Suárez. En las regiones, presionan, y ahí sale Herrera, en Castilla y León, pidiendo elecciones primarias y listas desbloqueadas dentro de las promesas electorales. Hasta en las provincias, caso de Zamora, donde Ciudadanos exige el cierre del Consejo Consultivo, que cuesta dos millones de euros anuales para dar cargos a políticos desgastados del PP y del PSOE. Y no tan tranquilos, aunque confían en remontar algo, los de Podemos, cuyo líder, Iglesias, da un plazo de dos legislaturas como máximo para estar en política, algo que no es sino un servicio puntual. Más callados y quietos en el PSOE, donde no se acaban de creer que sean tan favoritos y donde también se teme el efecto Ciudadanos.