Cuentan las crónicas del día después que la gran estrella de la recepción real en el Palacio de Oriente con motivo de la fiesta nacional de España no fue otro que Albert Rivera, el líder de Ciudadanos, el partido en la cresta de la ola que pudiera ganar las elecciones generales de diciembre y que, en todo caso, decidirá quién gobierna, actuando como árbitro de la situación y dando su apoyo o a PP o a PSOE, más posiblemente a Pedro Sánchez que a Rajoy.

Y es que el joven político catalán ha vuelto a repetir que a lo que aspira Ciudadanos, y para eso fue creada la formación, es para ganar y para gobernar, no para servir de bastón a nadie. Ya lo había dicho hace tiempo: que no votaría a Rajoy en la sesión de investidura si el PP triunfaba en las generales. Sencillamente, Rivera no quiere que todo siga igual y basa su programa en la regeneración democrática total, que tampoco es solo la corrupción, aun siendo lo más importante.

En la recepción de los reyes, el líder de Ciudadanos se mantuvo alejado del Rajoy hierático de siempre. Ni se acercaron ni se saludaron. El PP, más asustado que nunca, carga toda su artillería contra Rivera y sus voceros se desgañitan diciendo ahora que Ciudadanos es un partido de izquierda, y aun de izquierda radical y que si llegan a gobernar la incertidumbre y la inestabilidad se apoderarán del país. Lo mismo que antes decían de Podemos, la teoría del PP o del caos, dilema al que ya los electores respondieron cumplidamente en mayo y van a hacerlo el 20-D.

A todo esto, se cierran filas en torno a la figura de Rajoy y se avisa de que su candidatura es incuestionable. Claro que quienes cierran filas sobre ese delicado punto son los suyos, sus equipos, porque hay otros sectores del partido que no dudarían en entregar la cabeza del presidente para que el PP pudiese seguir gobernando. Sus equipos defienden sus puestos y sus sueldos, pero por encima de ellos hay otros poderes, los que mandan en realidad, capaces de revertir cualquier situación. Es una hipótesis que no puede dejar de tomarse en consideración.

Por otra parte, al Gobierno no le salen las cuentas, y desde Bruselas se vuelve a pedir más rigor en unos presupuestos que se ven como electoralistas y poco ajustados a la necesidad de reducir el déficit público. El PIB de España es ahora el mismo o menor que hace diez años, lo cual es una referencia que Rajoy nunca citará cuando habla de macroeconomía, su refugio predilecto. Pero que está ahí y que Europa maneja por mucho que los ministros digan que se cumple y se cumplirá.

Quiere Rivera debate con Rajoy, y con Sánchez, y con Iglesias. Tendrá que haberlo, porque todos van ya a por todas. En la calle se contempla al líder de Ciudadanos como un nuevo Suárez, con su centro, o lo que sea, bajo el brazo -la calculada ambigüedad se mantiene- y con una oferta capaz de ilusionar y de revertir la situación. En la reciente encuesta de Metroscopia más de un 60 por ciento quiere que ni PP ni PSOE gobiernen a partir de 2016. O sea, el cambio total, una nueva era política.